KLM, la aerolínea holandesa, ha emitido una nota de prensa en la que recomienda a sus clientes no viajar en avión, salvo cuando sea estrictamente necesario. La compañía considera que volar es dañino para el medio ambiente, por lo que se suma al movimiento ambientalista en la exigencia de que se frene el impacto de la aviación sobre el planeta. Ya saben que en Escandinavia, los Países Bajos y Francia hay hoy un poderoso movimiento ecologista contrario a la aviación comercial, a la que acusa con bastante razón de ser dañina con el planeta.
Francamente, a primera vista suena raro que una empresa que se dedica a la aviación nos pida que no viajemos en avión. Es como si a la entrada de un McDonald's nos recordaran que hay mil formas más sanas y baratas de alimentarse; como si a las puertas de Primark nos advirtieran de que las prendas que se venden se han producido a cambio de salarios miserables o como si al comprar un ordenador el fabricante nos alertara de que va a usar nuestros datos para venderlos a otros sin nuestra autorización.
Sin embargo, KLM, como se imaginan, no se equivoca. Por algo dispone de los mejores expertos de marketing y relaciones públicas del mundo. Ni una letra de su comunicado es inocente; ni una coma es espontánea. KLM, ante el crecimiento absolutamente desproporcionado del rechazo al transporte aéreo, debe de haber estudiado qué postura adoptar, de las tres posibles: oponerse a los ecologistas, aduciendo que sus aviones no contaminan; sumarse a ellos y oponerse al negocio que es su razón de ser o, lo que hace casi toda su competencia, no darse por enterados de que hay una oleada de oposición a la aviación.
No lo duden un instante, estas gentes han previsto hasta la más remota consecuencia de su inusual posicionamiento
Evidentemente, el comunicado nos indica que los profesionales que gestionan la imagen pública de KLM han optado por hacer que la aerolínea se sume a los que cuestionan la aviación. No lo duden un instante, estas gentes han previsto hasta la más remota consecuencia de su inusual posicionamiento. Hasta puede que hubieran previsto que en algún país del sur de Europa un comentarista chalado haría este artículo analizando tan inesperada declaración pública. En la era de las redes sociales, donde nuestros pensamientos y emociones están en Facebook, Instagram o Twitter, algún algoritmo debe de haber dibujado previamente las reacciones al posicionamiento de KLM. Porque la aerolínea holandesa, obviamente, tiene una estrategia, sabe dónde está, sabe lo que busca, y trabaja con coherencia para llegar al posicionamiento de mercado que le interesa y no arriesga su cuenta de resultados.
Los expertos en relaciones públicas de la aerolínea holandesa han estudiado al público, han reflexionado sobre las opiniones dominantes en las sociedades noreuropeas y, ante la desbordante hostilidad, han decidido posicionarse públicamente en contra de la aviación, con un matiz, “sólo si no queda más remedio”, “sólo si usted no tiene otra alternativa”. O sea, valientemente nos sugieren evitar todos los vuelos domésticos, los de cercanías, los reemplazables, pero mantener, si acaso minimizados, los de largo recorrido, los que no se pueden evitar, aquellos para los que no queda más remedio. Vienen a proponernos ser responsables y volar únicamente si no nos queda otra alternativa.
Ese es el estrecho hueco en el que se ha situado KLM: admitir que la aviación daña el entorno, pero que, mientras encontramos algo más sensible ambientalmente –y para esto, aún hacen falta unas cuantas décadas-- el avión es un mal menor que hemos usar en su mínima expresión.
Admito que yo volaría con quienes me entienden, con quienes piensan como yo, con quienes no están cómodos con este negocio
Si usted fuera un ecologista convencido, como ocurre con una proporción elevada de holandeses, tras leer el comunicado –que, naturalmente, no será un hecho aislado sino parte de una campaña de posicionamiento público-- ¿preferiría volar con KLM o con cualquiera de sus rivales? En esa situación, admito que yo volaría con quienes me entienden, con quienes piensan como yo, con quienes no están cómodos con este negocio, con quienes lo hacen muy a su pesar.
De forma que cualquier día, sobre el cielo holandés, usted podrá ver un avión de KLM, echando el mismo CO2 a la atmósfera que otro, pongamos que de Ryanair. ¿Cuál será la 'gran' diferencia entre los pasajeros de estos dos aviones? Pues, en buen mallorquín, que los de KLM 'pasan pena', vuelan casi forzados, están allí pero habrían querido quedarse en tierra, mientras los pasajeros y el avión de Ryanair vuelan sin conciencia alguna, sin sensibilidad. Los primeros hasta puede que hayan pagado un poco más por volar con una compañía aérea responsable, mientras que los segundos, inconscientes, egoístas e insolidarios, vuelan en lo más barato.
Es magnífico, un auténtico logro de la comunicación contemporánea. Impresionante. Puro postmodernismo, pura hiperrealidad
Me permitirán que declare aquí mi absoluta rendición ante las técnicas modernas del marketing y las relaciones públicas que han podido conseguir que siendo los dos aviones igual de contaminantes, fabricados en la misma factoría, usando los mismos motores, quemando el mismo combustible, dañando el entorno de la misma manera, hayamos podido conseguir que unos se sientan bien, deban ser admirados, puedan mirar a los otros por encima del hombro, mientras que los segundos sean gentes despreciables. Es magnífico, un auténtico logro de la comunicación contemporánea. Impresionante. Puro postmodernismo, pura hiperrealidad.
Esto es aún más maravilloso si pensamos que KLM no tiene vuelos interiores en Holanda porque obtiene casi todos sus ingresos de los vuelos de largo recorrido y que su densa red de enlaces con Schiphol, el aeropuerto de Amsterdam, es presentada como un complemento a los vuelos de largo radio. De hecho, Holanda ha aprobado un impuesto a la aviación para 2020 que sólo se aplicará a los vuelos punto a punto pero no a los de conexión con otros de largo radio, decisión que nos protege de Ryanair, EasyJet o WizzAir, pero permite que KLM pueda seguir volando con esos pasajeros sensibles, ecologistas, para quienes no queda otro remedio que volar, porque ellos están realmente en contra de que la aviación dañe el medio ambiente.
Lo apasionante es introducir estas técnicas en la política, para que los que desprecian al ser humano se rasguen las vestiduras por cómo violentamos al hombre
Baudrillard habló de la realidad irreal, de la representación de lo que no existe, de construir una ficción de la que no podemos sustraernos. KLM nos proporciona un ejemplo al convertir sus aviones en símbolo de lo contrario de lo que son.
Aquí , para que los que explotan a la gente se pongan las medallas de la solidaridad, para que los que ignoran al prójimo impongan sus representaciones cínicas de la realidad recreada.
KLM enseña a la política que ante cualquier dilema de la humanidad, siempre hay que posicionarse donde está la gente, da igual que nos dediquemos a lo contrario. Ya vendrán los especialistas en relaciones públicas a construir su hiperrealidad.
Gracias KLM por la lección: si se puede ser ecologista contaminando el entorno, se puede ser justo explotando a los demás, feminista discriminando a las mujeres, demócrata siendo fascista y solidario en un palacio de oro. ¡Qué tranquilidad!