Desde siempre, el mundo comercial ha desarrollado trucos elementales para aumentar las ventas: “Compre uno, llévese dos”, “Hoy, todos los productos sin IVA”, “Dese prisa que se agota el stock”, “Con el dormitorio, de regalo el colchón”, etcétera. Son engaños tan obvios, tan básicos, que precisamente por eso, nunca dejan de funcionar, de atraer clientes, que es de lo que se trata. Un buen vendedor se repite hasta la saciedad porque un comprador siempre sucumbe ante una oportunidad única, irrepetible, inolvidable, imperdible.
Tan profundamente arraigada está la necesidad humana de aprovecharnos de una ventaja imaginaria que nos dejamos convencer por el vendedor espabilado, pese a que en el fondo sabemos que nos está mintiendo. Si aplicáramos la racionalidad, tendríamos claro que, antes de regalarnos la segunda unidad de un producto, nos han doblado el precio de la primera; que Hacienda no va a perdonar el IVA; que el precio del colchón está cargado en lo que pagaremos por el dormitorio; que hay tanto stock como clientes o que la oferta no acabará nunca. No obstante, en el momento de la compra, el engaño, porque eso es lo que son estos trucos, funciona, nos proporciona placer y precipita nuestra decisión.
¿O alguien no sabe que el “nuevo” jabón es el viejo, pero con una etiqueta diferente? ¿O existe un idioma que se pueda aprender en un verano?
Lo mismo ocurre con una interminable lista de engaños pensados para incautos, con los que convivimos tranquilamente: ¿o es que alguien piensa que existen los crecepelos milagrosos? ¿O pensamos de verdad que tomando un determinado jarabe vamos a tener más memoria? ¿O alguien no sabe que el “nuevo” jabón es el viejo, pero con una etiqueta diferente? ¿O existe un idioma que se pueda aprender en un verano?
Nada nuevo, nada más universal, nada más profundamente instalado en nuestros comportamientos que la convivencia con estas mentiras inocuas. Nadie nunca diría que un comerciante es un estafador por emplear estas triquiñuelas. Si un comprador dijera que se siente engañado, probablemente nos reiríamos de él porque, francamente, todos estos trucos son antiguos, parte del mercadeo, parte de nuestra historia, una tradición. Ante ellos, no cabe decir que hemos pecado de incautos. Digamos que son mentiras que, de tan burdas, de tan simples, de tan evidentes, ni siquiera las consideramos tales. Es lo peor que le puede pasar a una mentira, que ni siquiera le hagamos caso, que no nos haga prevenirnos.
En política, pensamos, no deberíamos aceptar estos engaños, so pena de convertirla en un mercadeo en el que nada es verdad ni mentira.
Afortunadamente, estas tretas comerciales rara vez han sido empleadas por la política para atraer votantes. Tal vez porque se supone que la política es más seria y porque los ciudadanos exigimos más rigor. En política, pensamos, no deberíamos aceptar estos engaños, so pena de convertirla en un mercadeo en el que nada es verdad ni mentira.
El martes pasado, cuando leí el titular principal del diario Última Hora, tuve la sensación de que habíamos descendido algunos peldaños en la política en España. El periódico, como muchos otros medios en nuestra país, titulaba “La nueva ley hipotecaria rebaja más de mil euros la concesión de créditos”. Es decir, si usted o yo pedimos una hipoteca, gracias a la nueva legislación que acaba de entrar en vigor, pagaremos de media mil euros menos porque todos los trámites que hay que hacer para obtenerla, no los pagaremos.
Este truco comercial, aplicado por el Gobierno socialista en esta legislación, me parece mucho más burdo que el del regalo del colchón, que el de que se acaba la mercancía, que el de la exención del IVA
Igual que podíamos habernos preguntado si el fabricante del colchón que nos regalaban con el dormitorio cobrará por fabricarlo, aquí debemos preguntarnos si el registrador, el notario, el tasador y cualquier otro intermediario necesario en esta operación hipotecaria, cobrarán por su trabajo. La respuesta, por supuesto, es afirmativa. Entonces, ¿quién les paga? El banco al que le pedimos la hipoteca. Lo que cambia es que el banco no nos lo va a repercutir.
Este truco comercial, aplicado por el Gobierno socialista en esta legislación, me parece mucho más burdo que el del regalo del colchón, que el de que se acaba la mercancía, que el de la exención del IVA. Es una mentira tan inverosímil como todas ellas, indigna de ser cuestionada, de ser rebatida, de que perdamos un minuto en ella. Sólo tiene de diferente que se aplica en política, donde no estábamos acostumbrados a la venta de crecepelos, a aprender idiomas sin esfuerzo.
Todos sabemos que nos están mintiendo, que esto jamás puede ser así, pero lo aceptamos porque nadie sabe de qué serviría clamar “¡no me lo creo!”. ¿Quién se manifestaría delante de una mueblería protestando por el engaño de los colchones de regalo? ¿Quién le diría a Media Markt que es mentira que no nos vaya a cobrar el IVA? ¿Quién denuncia que era mentira que se acababa la mercancía?
A esto ha llegado la política hoy en nuestro país: es un ejercicio tan cínico, tan desprovisto de conexión con la realidad, tan de satisfacer instintos, que ni siquiera nos molestamos en clamar que se ha convertido en un engaño, en un mercadeo. Lógico, porque sus promotores son justamente unos mercachifles, que es como siempre hemos llamado a estos farsantes.