¿Han pensado ustedes en el número de veces que dedican a la semana a no hacer absolutamente nada? Cuando empiecen a preguntarse este dilema, a buen seguro puede que piensen en respuestas como “varias veces”, o incluso “muchas veces”. A lo mejor no han entendido del todo la pregunta. erCuando hablo de no hacer nada, me refiero exactamente a no hacer absolutamente nada. No piensen en esas típicas situaciones en las que miran su móvil tirados en el sofá, o cuando optan por dar un paseo sin el propósito de hacer ejercicio. En esos momentos, aunque quizá no lo sepan, ustedes también están haciendo algo. O dicho de una forma más clara, su cerebro también está activo. Tanto si estás leyendo relajadamente unos tuits en tu sofá, como si intentas esquivar unas piedras en un tranquilo y apacible paseo.
Acciones tan propias de otros siglos como reflexionar unos minutos, sin pensar absolutamente en nada, y dejar que nuestro cerebro tome aire, son ahora percibidas con una mezcla de escepticismo e irracionalidad. No me extraña. Los tiempos acelerados de esta era tecnológica han ido dejando cada vez menos espacio a la contemplación en el ser humano, a esa necesidad de no hacer absolutamente nada. Reconozco que yo soy una víctima ejemplar de este apresurado mundo en el cuál vivimos, aunque en mi caso esa falta de tiempo “contemplativo” no se deba a la dependencia tecnológica, sino más bien a un mal difícil de cortar (ya que es una herencia materna), y es esa necesidad de hacer algo con tal de no sentirte culpable contigo mismo.
El auge de la tecnología ha propiciado que vivamos en un presente constante, en el que el pasado y el futuro no existen
De hecho, el famoso filósofo surcoreano Byung-Chul Han, pensador sumamente crítico con la sociedad de consumo y la tecnología, incidió en su último libro (La sociedad del cansancio) en la exigencia de una revolución en nuestro uso del tiempo. Según Han, la aceleración actual de los tiempos, provocada en gran parte por la hipercomunicación digital, ha destruido el silencio que necesita todo ser humano para reflexionar y ser él mismo. Una gran prueba de este cambio tan radical en nuestra manera de entender y asumir el tiempo se encuentra en otro concepto ideado por el pensador asiático, lo que él define como autoexplotación. Una valoración que a primera vista puede parecer un tanto excesiva, pero que está sumamente presente en esta sociedad interconectada. Piensen sino en todos aquellos individuos que se afanan en subir diariamente cualquier contenido a las redes sociales, sin que estén en absoluto obligados a ello. Para muchos habitantes de esta sociedad en red, simplemente estamos hablando de una rutina más que está ayudando cada vez a más gente a desvincularse más de su “yo interior”.
Pero tampoco hace falta demonizar a las redes sociales para demostrar que no vivimos adecuadamente “nuestro tiempo”. Ya que como bien dice Han, existen diversas formas de autoexplotarse. Aunque es cierto que las redes sociales son un ejemplo muy representativo de esta autoexplotación del ser humano, también existen otros ejemplos sumamente recientes, como el “binge watching” (lo que en nuestro país comúnmente se conoce como un atracón de series). Una práctica que no hace otra cosa que deslegitimar y minusvalorar el gran atractivo de las series de televisión, al ser consumidas como una mercancía más y no como un objeto cultural (que lo es y lo será siempre) que potencie el espíritu crítico, desarrolle nuestra creatividad o amplíe nuestros conocimientos de cultura general.
Ya que estamos hablando de creación artística, piensen ahora en 1984. Un claro ejemplo de como la realidad siempre acaba por superar a la ficción. En ese libro, la sociedad era en todo momento consciente de que estaba siendo dominada… ¿de verdad podríamos decir ahora lo mismo? ¿Somos realmente conscientes de que nos estamos “auto-alienando”? Hace aproximadamente un año hablé de la necesidad de apostar por el movimiento slow, una doctrina que pretende desacelerar el alto ritmo de vida en el que nos han introducido las nuevas tecnologías. No existe ningún género de duda de que un movimiento como este sigue siendo igual de necesario que hace 365 días. De lo que tengo más dudas es de si la sociedad será capaz de reaccionar en un futuro a este tsunami tecnológico, para así empezar a gestionar mejor no solo su tiempo, sino también su propia vida.