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Montaña rusa

El segundo día más frío de su vida Mimgma Temba Sherpa lo pasó conmigo en una montaña del Himalaya por encima de los 7000 metros del altitud. Unos años antes había sido peor. A 8600 metros de altitud Mingma tuvo que prestar su bombona de oxígeno al cliente al que acompañaba, que había agotado el suyo tras casi dos horas atascados en el escalón de Hillary, muy cerca de la cima del Everest. En aquella ocasión necesitó seis meses para recuperar la sensibilidad total en sus últimas falanges. Sus manos son fuertes como tenazas, con el dorso un poco hinchado y unos dedos gruesos que parecen raíces de árboles. Pero su portentosa resistencia física no fue suficiente. Aquella mañana también se le congeló el lóbulo de la oreja izquierda, que tardó otro tanto en recuperarse. Los ojillos felices de Mimgma se hacen aún mas pequeños cuando ríe e imita el sonido de una campanilla al recordar el instante en que notó cómo se licuaba la última gota de sangre en su apéndice auditivo.

El miércoles pasado Mingma pisó por decimocuarta la vez la cima del Everest, con más tráfico humano que el día de sus congelaciones, pero mucho menos frío. Veinte bajo cero y sin apenas viento en el techo del mundo viene a ser una jornada estival en una playa de Mallorca. Ya en el campo base contestó mi mensaje para explicarme la locura que se había vivido en la cresta sureste, con más de 200 personas bloqueadas en un paso estrecho. Una vía de un solo carril, agarrados a la cuerda fija, soltando de manera alternativa uno de los dos mosquetones que te mantienen asegurado para dejar pasar a los que bajan, o a los que suben.. Nervios por delante, nervios por detrás, todo en una atmósfera que contiene un tercio del oxígeno que se respira a nivel de mar. Los menos preparados se ven obligados a hiperventilar para mantener el calor corporal, consumiendo las botellas de aire más rápido de lo previsto. Así han muerto los diez de la semana pasada, sin accidentes, por simple agotamiento físico en el descenso de un lugar inhabitable.

Mingma cree que la fotografía que se ha hecho viral del atasco en el Everest es un poco injusta. Ahora todo el mundo habla y opina sobre el turismo de los ochomiles, pero mi amigo dice que no todos los que aparecen en esa cola eran “turistas de altura”. También había montañeros experimentados, incluso un par que lo intentaban sin oxígeno artificial. Mingma vio personas apasionadas que contaban con la preparación física requerida y que habían dado en la alta montaña los pasos previos necesarios para afrontar ese reto con garantías… “pero de esos no hablarán los periódicos”. La imagen del colapso en la arista cimera ha roto para siempre parte del mito del Everest.

Cuando le preguntaron por la decisión temeraria de Herzog de avanzar en unas condiciones penosas, Lachenal sintetizó el sentimiento de la montaña en una sola frase: “yo no tenía por qué juzgar sus razones, el alpinismo es algo demasiado personal”.

El año pasado solo conviví de cerca con Mingma los últimos días de mi expedición. Un ejecutivo estadounidense de origen hindú y millonario se lo había asignado para él mismo, supongo que a cambio de una propina tres veces superior a la establecida por la agencia. El día que nos presentaron, Venkata me dijo que en mayo de 2019 subiría el Everest, que ya tenía esponsorizados los 100.000 dólares que iba a invertir en ello, y que pensaba hacer menos fatigosa su aclimatación utilizando helicópteros para moverse entre los tres primeros campos de altura. Es el famoso “servicio VIP” del Everest, que incluye también tres o cuatro sherpas personales para que te porteen todo el oxigeno que haga falta, o te suban a rastras desde el campo cuatro si es necesario. Le pregunté si estaba bromeando, y él se puso serio: “está todo estudiado, lo de la altitud es una cuestión de matemáticas”, me dijo sin pestañear. El único motivo por el que unos días más tarde pude atacar la cima con Mingma y abrazarlo cerca del cielo fue que Venkata abandonó el grupo antes de tiempo. Se volvió a Katmandú porque no consiguió llegar ni al campo uno del Himlung Himal, a 5600 metros.

En 1950 Louis Lachenal acompañó a Maurice Herzog en la primera ascensión al Annapurna. Para salvarle la vida en el descenso tuvo que sacrificar sus pies. No lo hizo por la gloria de la cima, sino porque sabía que si Herzog continuaba solo no regresaría: “es por él, y solo por él, por lo que yo no me di la vuelta”. Cuando le preguntaron por la decisión temeraria de Herzog de avanzar en unas condiciones penosas, Lachenal sintetizó el sentimiento de la montaña en una sola frase: “yo no tenía por qué juzgar sus razones, el alpinismo es algo demasiado personal”. Mingma conoce los motivos de mi pasión por las grandes montañas, porque una noche se los expliqué calentándonos junto al fuego. Mingma también sabe que el año que viene cumpliré 50 años, y estaba informado de una parte del programa de actos para celebrar mi medio siglo de vida. Entre los festejos se encontraba intentar ascender el Everest en la primavera de 2020, por supuesto con él a mi lado. Hace unos meses me animó a ello porque cree que estoy preparado, y he hecho casi todos los deberes previos. Por eso al final del mensaje se puso triste: “después de ver esa foto… sé que no vendrás al Everest”. No iré al Everest, Mingma, pero nos veremos en otra hermosa montaña que no parezca la rusa de un parque de atracciones.

Actualizado: 14 de marzo de 2022

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