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Miedo a la libertad

Después de padecer, una vez más, el increíble espectáculo de un  nuevo proceso electoral, la realidad social nos muestra rasgos profundamente enquistados de una grave patología, que nos aqueja a los españoles.

Cuando ya creíamos haber superado los dramas de un pasado vergonzoso, descubrimos que la sociedad que formamos transita ahora por la división y el enfrentamiento (camino siempre peligroso), que no tenemos un proyecto común que mayoritariamente nos ilusione, que parece que estamos negados a un entendimiento mínimo, que propiciamos la intolerancia más absoluta, que preferimos destruir, negar y descalificar, aunque nos lleve a la nada, a la autodestrucción.

Es tal el empecinamiento, que nos inunda, que ni siquiera la evidencia nos sugiere la posibilidad de rectificar. Al contrario, nos reafirma en la negación y en el no bajarnos del burro.

Esta malsana enfermedad humana y social, consistente, como dijo en su día Julián Marías, en “descalificar, denigrar, difamar, destruir”, ya la veníamos padeciendo desde hace bastantes años. Ahora hemos vuelto a comprobar sus efectos destructores. Se sigue utilizando tan mentiroso comportamiento social para ahondar en la descalificación del contrario, para construir indecentes muros que nos separen,  para difamar –sin respeto a límite alguno- a quien piensa de otro modo, para destruir aún más la ya precaria y frágil convivencia social, para dificultar aún más, si ello fuese posible, el clima necesario para el entendimiento futuro.

Ahí están los resultados, a la vista de todos.

¡Vaya irresponsabilidad! ¡Vaya espectáculo! ¡Vaya problema de futuro!

¿Cómo hemos podido llegar a tal estado de cosas? ¿Qué nos ha pasado o en qué pozo sin fondo hemos caído? ¿Por qué consentimos en tan alienante situación, enemiga de la libertad?

Todos, por cierto, nos proclamamos amantes de la libertad. Todos pedimos, desde opciones diferentes, que nos respeten la libertad. Lo cual no acaba de ser, por desgracia, del todo cierto. Si lo pensamos bien, exigimos a los demás el respeto a la libertad, “precisamente cuando, en lo más profundo de nuestro ser y de nuestra vida, más miedo nos da –y hasta más pánico nos causa– que nos propongan como proyecto y programa, para nuestra existencia entera, precisamente la libertad sin limitación alguna” (José María Castillo).

La verdad, bien mirado (nos cuesta reconocerlo), es que no estamos todavía habituados a vivir en plena libertad. No nos gusta declinar el verbo responsabilizar. Preferimos -así ha sido históricamente- que alguien nos mande, nos diga que tenemos qué hacer, nos libere de ‘la carga insoportable de la libertad’ (Castillo). ¡Qué pena! Personalmente, no me resigno a aceptar que los españoles no estamos hechos para vivir en libertad.

Precisamente, porque esto es cierto en la actitud generalizada de quienes conformamos esta sociedad, no nos importa que ésta se manifieste tan enferma y tan alejada de valores tan básicos y elementales. ¡Qué más da! Lo que importa, decimos por lo bajo, es un gobernante (aunque sea con atisbos totalitarios) que nos libere de esas preocupaciones y nos otorgue una aparente seguridad. Esto es lo que mucha gente, demasiada, anhela. ¡Qué pena!

Entiendo que muchos no compartan estas reflexiones. Pero, a poco observador que se haya sido del proceso electoral último, se ha detectado en el mismo este anhelo (añoranza) de viejos usos y costumbres en la convivencia social y política. Se ha detectado, prioritariamente, por ambos extremos. Personalmente, la situación me da miedo. No quiero ese tipo de salvadores. Prefiero la libertad máxima en todo, que me garanticen los entornos que me permitan ejercer mi libertad sobre todo en los aspectos más personales e íntimos. ¡Qué pena! Todavía no hemos entendido, como sociedad, el significado de la Ilustración.

¡Así nos va!

Personalmente, prefiero la libertad tan amplia que me permita vivir un proyecto de vida personal, el Evangélico, incluso en los aspectos relativos  a la convivencia social y política.

Actualizado: 14 de marzo de 2022 , , , ,

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