Diario de Mallorca abría su ejemplar del lunes pasado con este titular: “El agua que se pierde por la red pública podría llenar tres veces al año los embalses de Mallorca”. En la misma portada se añade que “Las fugas suman 35 millones de toneladas anuales, con doce municipios que sufren hasta un 40 por ciento de las pérdidas”.
La noticia, palabra más o palabra menos, podría haber estado fechada cualquier otro día de los últimos cincuenta años, desde que el boom del turismo nos alertó de que en Baleares no hay agua para todos. No sólo la noticia se pudo haber publicado hace tiempo, sino que, de hecho, yo mismo publiqué algo similar en varias ocasiones, mientras otros colegas han escrito hasta la saciedad sobre cosas como la conveniencia de poner contadores individuales en los edificios o la oportunidad de la doble red de alcantarillado, que permita recuperar el agua de lluvia, separadamente de las aguas negras que requieren tratamiento.
Por un lado va la realidad, por otro lado la imagen, enfrentadas, contradictorias, repeliéndose.
Digamos que estas son historias cíclicas, que los periodistas tenemos a nuestro alcance para publicar cuando no tenemos otra cosa a la que echar mano, porque son asuntos que jamás se han abordado y, por lo tanto, son eternos.
He ahí, pues, lo verdaderamente escandaloso de esta noticia: que en los últimos cincuenta años ningún partido político, ninguna institución, ningún gestor han querido abordar este desafío, de modo que seguimos dilapidando el agua. Observen cómo, sin embargo, el ecologismo se ha convertido en bandera de lucha, abrazada por la práctica totalidad de los partidos y políticos. Por un lado va la realidad, por otro lado la imagen, enfrentadas, contradictorias, repeliéndose.
¿Ganaría las elecciones un político que presentara como balance de su gestión haber resuelto el problema de las pérdidas de agua de la red de suministro de Baleares?
Para mí, aunque los políticos son los responsables directos de esta inacción, yo creo que si escarbamos un poco más, comprenderemos que la responsabilidad final está más cerca de nosotros de lo que pensamos. Cierto que nuestros políticos son cínicos y que predican aquello en lo que no creen, pero aquí hay algo más serio que es la actitud colectiva, social. ¿Ganaría las elecciones un político que presentara como balance de su gestión haber resuelto el problema de las pérdidas de agua de la red de suministro de Baleares? Los partidos están convencidos de que no. Y no se equivocan. Las elecciones no se ganan haciendo obras enterradas, resolviendo problemas de fondo, buscando soluciones a largo plazo. Las elecciones en España y en Baleares se ganan cambiando las baldosas de las calles, poniendo farolas nuevas, haciendo parques y polideportivos, haciendo tranvías o ‘metros’, independientemente de si responden o no a necesidades reales.
Si observamos la campaña electoral en la que estamos sumidos ahora mismo, los engaños son tan colosales, tan brutales, que a mí me resulta obsceno desmentirlos, oponerme, rebatirlos. ¿Cómo se puede ir hoy a las urnas diciendo que se van a aumentar las pensiones, que se va a mejorar la financiación autonómica y que se van a bajar los impuestos? Nuestros políticos nos ofrecen lo imposible porque los ciudadanos queremos que nos cuenten un cuento de hadas en lugar de que nos confronten con las decisiones dolorosas que hemos de tomar si queremos salvar al país del inexorable proceso de desintegración en el que nos hallamos sumidos.
Aquí hoy nos jugamos la democracia, pero parece que en las próximas elecciones sólo vamos a decidir cuán guapos serán nuestros diputados.
Aquí hoy nos jugamos la democracia --¿cabemos todos en este país o algunos han decidido quienes sobran?-- y la viabilidad de nuestro modelo --¿podemos financiar un despropósito como el que hemos construido?--, pero parece que en las próximas elecciones sólo vamos a decidir cuán guapos serán nuestros diputados.
Si tenemos un panorama desolador, y lo tenemos, la responsabilidad es colectiva: la histeria del trending topic nos cautiva, seduce y distrae hasta hacernos olvidar que un edificio se empieza por los cimientos. Baleares, sin fundamentos, está condenada a ser una caricatura, una región de pandereta. Eso es lo que nos ofrecen y eso es lo que pedimos, incapaces de ver más allá de la superficie.