Acabo de dejar mi basura de varios días en el contenedor. No contiene ni una sola bolsa de plástico de supermercado que, si no han sido aún proscritas, lo serán de un momento a otro. Nuestras autoridades, y no me refiero sólo al Govern de Baleares sino también a varios gobiernos europeos, han criminalizado a la humilde bolsa de basura, haciéndonos creer que ella era responsable de la degradación del medio ambiente por exceso de plástico. Por supuesto, algo de culpa en el desastre planetario podemos echarle, pero viendo los desperdicios que esta semana he enviado a Son Reus, y que más o menos deben de coincidir con los de cualquier otra familia, creo que su importancia era insignificante. Las bolsas de supermercado son un simple ‘chivo expiatorio’ fácil de erradicar que permite a nuestras autoridades demostrar su eficacia y a nosotros creer que avanzamos cuando en realidad no hemos dado ni un paso porque su importancia es nula. Las bolsas de supermercado, como los bastoncillos de oídos, son los vehículos que las sociedades necesitan para tranquilizar sus conciencias, mientras seguimos consumiendo plástico en cantidades insoportables. Descargamos sobre ellos el sentimiento de culpa por los pecados que no paramos de cometer. Observe usted los residuos que deja en los contenedores y verá que jamás habíamos contaminado tanto, incluso sin bolsas de supermercado. Pero ahora estamos más tranquilos.
Todo es monodosis. La unidad máxima que se puede comprar hoy en un supermercado es para dos personas, sean frutas, verduras, carnes, pescados o mariscos, y todo envasado en origen, con plástico, por supuesto.
Esta semana, por ejemplo, mi basura era plástico y más plástico. Ni queriendo, podemos sustraernos a esta invasión. La industria alimenticia y el sistema de distribución, basado en un puñado de cadenas de supermercados con gestión estrictamente centralizada, han convertido al plástico en su herramienta imprescindible para aumentar las ventas, para hacer atractivos los productos, para acelerar el consumo, para contener los precios. La carrera loca por vender ha evolucionado en dos sentidos: por un lado, plastificando la presentación de todos los productos y erradicando la venta al corte o al peso y, por otro, creando unidades tan pequeñas que los envoltorios se multiplican hasta el infinito. Todo es monodosis. La unidad máxima que se puede comprar hoy en un supermercado es para dos personas, sean frutas, verduras, carnes, pescados o mariscos, y todo envasado en origen, con plástico, por supuesto. Hasta los bollos para el desayuno se envasan en unidades envueltas en plástico.
En este proceso industrial en el que todo es de usar y tirar, hemos cambiado la práctica botella de vidrio, que podía ser reutilizada y por lo tanto era sostenible, por el envase de plástico de un único uso; ha desaparecido el papel y las balanzas por la cadena de producción, basada en el envase sugerente, atractivo, comercial. Al tiempo, hemos reducido el tamaño de las unidades a la venta, acercándonos a la dosis individual: desde los yogures al agua mineral, de la Coca Cola a las nueces, todo viene en raciones de un único uso, de forma que nos toca a un bote o bolsa de plástico por cada alimento o bebida, por cada humano, por cada ingesta. Sólo en Baleares, la comida o la cena de una persona pueden fácilmente suponer cinco recipientes de plástico (la bebida, las verduras, las sopas, las carnes o pescados, los postres) multiplicables por el millón de habitantes. Algunos días, terminar de hacer la comida significa llenar una bolsa de plástico con los incontables paquetes en el que vienen envueltos los ingredientes: una bolsa o bandeja por cada una de las verduras, congeladas o no, precortadas o no; otro envase por cada uno de los condimentos; otro para las carnes, pescados, mariscos o lo que sea, frecuentemente en unidades que a lo sumo son para dos personas; las bebidas y, especialmente, los postres aportan más plástico aún. Algunas cadenas de supermercados, que se han hecho las ecologistas con las bolsas de basura de plástico, han volcado todos sus esfuerzos en vendernos monodosis de todas las comidas, listas para llevar y consumir. Todo en bolsas o en paquetes debidamente presentados para persuadirnos de comprar. Hemos cambiado la compra de quesos por la compra de packs ya cortados de un único uso; en algunos casos, hasta la simple loncha viene con envase plastificado; los embutidos ya no vienen en papel de estraza sino en bandejas de plástico al vacío, en raciones desde los 50 gramos; la carne está ya cortada y, naturalmente, en plástico; hasta el sushi viene en bandejas que a su vez contienen pequeñas bolsas con wasabi o la salsa de soja, también individuales por supuesto.
Solíamos comprar un paquete de 250 gramos de café que nos daba para un mes sin producir basura pero ha sido reemplazado por dosis individuales de Nespresso o su correspondiente marca competidora, capaz de crear montañas de botes contaminantes, con el pretexto de que está mejor y, por supuesto, es más caro.
Es una sociedad fake, falsa, mentirosa, que sobre todo busca subterfugios para engañarse a sí misma y poder continuar sin coger los toros por los cuernos.
Incluso existen unos paquetes de unos cien gramos de frutas naturales trituradas, manzanas, uvas o naranjas, que tienen una apertura de rosca, que se venden como ideales para su consumo individual. ¡Hemos reemplazado el envoltorio ecológico y natural de la manzana, la pera, el plátano o la uva, inteligentemente diseñados por la naturaleza para conservar el producto sin contaminar, por otro altamente impactante para comer lo mismo --la etiqueta llega a presumir de que “contiene exclusivamente” la fruta escogida-- pagando mucho más caro y celebrando que somos sanos y naturales!
El disparate es total, aunque podemos respirar tranquilos porque hemos eliminado la bolsa de supermercado. Es como el empresario explotador que dona unos euros para la beneficencia y relaja su conciencia. Nuestro ecologismo actual funciona igual: no se trata de resolver el problema, que está peor que nunca, sino de tranquilizarnos. Hemos acabado con las bolsas de plástico, usamos bombillas de bajo consumo, tenemos un Mercedes híbrido y con eso ya podemos exhibir el carnet de ecologista. Es una sociedad fake, falsa, mentirosa, que sobre todo busca subterfugios para engañarse a sí misma y poder continuar sin coger los toros por los cuernos. En cierta medida, el hombre siempre se ha engañado a sí mismo. Lo necesitamos para poder sobrevivir. Lo que tal vez nunca antes nos había ocurrido es tener que aguantar el rollo de quienes predican que estamos ante un ser humano nuevo, que ha corregido sus defectos de siempre.