Bajo este epígrafe deseo incluir una serie de reflexiones relativas al reciente Encuentro del Episcopado mundial ante los abusos del clero. No tiene pretensión alguna de exhaustividad. En las diferentes entregas iré desarrollando la convocatoria y sus objetivos., el planteamiento de las víctimas, la sesiones celebradas y una valoración crítica del mismo.
1. LA CONVOCATORIA Y LOS OBJETIVOS OFICIALES
Como he venido defendiendo, a lo largo de estas páginas y en diferentes colaboraciones en los medios de comunicación, el punto de partida ha de ser la realidad (la verdad) de lo ocurrido. Uno se siente complacido al verificar que el Comité organizador del encuentro de febrero de 2019, en Carta de 18 de diciembre de 2018 (11), hace suyo este mismo punto de vista, a saber: “El primer paso debe ser reconocer la verdad de lo que ha sucedido”.
1.1. La verdad de lo ocurrido
Reconocido el criterio anterior (lo ocurrido) como punto de partida, se ha de lamentar, precisamente, que no se haya explicitado con cierto detalle lo ocurrido. ¿Por qué? Sin duda, porque supone el reconocimiento explícito, al más alto nivel, de comportamientos y actitudes claramente incompatibles con el Evangelio (corrupción), que, durante demasiado tiempo, ha venido sosteniendo la Iglesia oficial, incluso muchos de sus órganos de gobierno pastoral (Órganos de la Curia romana). No sólo algunos Obispos. Esta omisión me parece un grave error y un intento ‘sibilino’ de ocultar un aspecto de la realidad, que, en cualquier momento, se puede volver en su contra. La verdad es la verdad y no debe ocultarse, por dolorosa y acusadora que sea.
El problema (la verdad de lo ocurrido), en efecto, no ha consistido tanto en que ciertos miembros del clero hayan tenido conductas (no simples errores en malos momentos) abiertamente contrarias a la moral (al sexto mandamiento del Decálogo) sino que además han cometido verdaderos delitos según el Derecho de la Iglesia y de los Estados, y, en todo caso, actuaciones públicas absolutamente reprobables (verdaderas contradicciones con su propia propuesta evangélica), máxime tratándose de grupos religiosos. Es más, siendo esto en sí mismo muy grave, lo ocurrido al respecto va mucho más allá. Su verdadera gravedad -que tanto ha costado reconocerlo y que no se acaba de ser consecuente con ello- ha radicado y radica en la creación de toda una estructura -un verdadero sistema (12)- de protección de los abusadores. Estructura que sólo se ha podido levantar con la complicidad, al menos pasiva, de las más altas esferas vaticanas. Sería muy injusto y contrario a la verdad fijar la atención exclusivamente en ciertos Obispos diocesanos, que, probablemente, actuaron así porque ese era el criterio impulsado desde Roma.
Lo he reiterado desde hace mucho tiempo en mis colaboraciones en diferentes medios de comunicación. El verdadero pecado, lo que de verdad ha rechazado todo el mundo, ha sido el afán de ocultación, el haber montado todo un sistema, una verdadera estructura, de encubrimiento (clericalismo). Todo el esfuerzo se centró o se significó “…por la voluntad de querer disimularlos y esconderlos …”
(13), hasta el punto de dar la impresión de que “…no temen a Dios ni a su juicio, solo temen ser descubiertos y desenmascarados” (14).
¡Acertado diagnóstico!
¡Aquí le duele! La realidad es innegable. Lo que ha fallado -y muy gravemente- no han sido tanto bastantes sacerdotes abusadores (ya se sabía su condición humana y de qué madera estaban y están hechos). Los que, de verdad, han fallado han sido los líderes, los responsables últimos del gobierno pastoral en la Iglesia. En primer lugar, la propia Curia romana. Pues bien, ésta -detentadora, por deformación, durante siglos del gobierno efectivo en la Iglesia- es la que, en primer lugar, ha fallado y de modo estrepitoso.
. Esta realidad puede ser muy dolorosa. Sin duda alguna.
Está en juego la valoración de Papados precedentes. Pero parece indudable que Éstos dejaron, en gran parte, el gobierno efectivo de la Iglesia en manos de su respectiva Curia romana y, ante el gran escándalo de los abusos sexuales del clero, la respuesta y reacción de la Curia romana fue, presuntamente, el silencio, el levantar una estructura de encubrimiento, el impulsar una respuesta hipócrita (contradictoria con el Evangelio), el intento de pasar por lo que no eran. Lo propio de quien se siente superior a los demás. Es inútil negar los hechos ocurridos. Al final, todo llega a descubrirse y saberse. Sería un gravísimo error, contrario a la verdad y la transparencia que dice predicarse, continuar, con pequeños matices, en la posición precedente.
Es cierto, en mi opinión, que la valoración anterior no libera de responsabilidad a los Obispos diocesanos, que nunca debieron sentirse obligados a secundar posiciones en contra de la verdad y las exigencias evangélicas. También Ellos -los que fueron cómplices de ocultamiento- son responsables de lo ocurrido y de la situación de desconfianza y ausencia de credibilidad a que se ha llegado. También Ellos se han movido, en general, en el marco del ‘clericalismo’ y el ‘carrerismo’
clerical. En realidad, todo el Episcopado no ha sabido hacer honor a su responsabilidad eclesial.
Asimismo es necesario subrayar también que, cuando el papa Francisco intentó atajar y derribar la estructura proteccionista de los abusadores, las resistencias (por supuesto, muy intensas en el propio interior de la Curia romana, por razones que no escapan a nadie mínimamente informado), frente a la exigencia de responsabilidad por ‘abuso de oficio’ (negligencia), han vuelto a aparecer y además con resultados efectivos en muchos ámbitos. Es inútil negarlo y no reconocerlo. El propio Francisco ha tenido que desdecirse del criterio inicial (Tribunal judicial central) aprobado por Él mismo y proponer un sistema que no acaba de aceptarse ni de superar los serias reservas que se le han hecho. ¿Por qué de semejante cambio, aceptado y aprobado en su día en el seno del C-9 en 2015? La explicación de Francisco no acaba de convencer en varias de sus dimensiones, como hemos expuesto en otro momento.
En cualquier caso, a la vista de lo ocurrido, parece evidente que la Iglesia –hablando en general- se ha desentendido (ha abandonado) durante mucho tiempo de la protección real y eficaz de los menores. Se han vertido muchos mantras, se han hecho multitud de declaraciones asegurando lo que todos sabíamos que no se realizaba. Esta era y es la verdad, la realidad. ¿Qué ha hecho la Iglesia, desde que estalló la tormenta mediática hace una veintena de años, para garantizar a los menores entornos seguros? Se ha pedido perdón en muchos casos.
Ciertamente. Pero, no basta, como es obvio, si no va acompañado de medidas reales de protección eficaz. ¿Cómo se explica la gran inacción al respecto y durante tanto tiempo? ¿Dónde están las medidas de prevención adoptadas para garantizar tales entornos seguros? ¡Vergüenza ajena!
La realidad es una y muy clara: la Iglesia se ha desentendido o ha hecho caso omiso sobre el particular. Ya se sabe que Juan Pablo II y Benedicto XVI promulgaron y perfeccionaron normas específicas sobre los delitos más graves (M.P. Sacramentorum Sanctitatis Tutela), entre los que se incluyen los delitos contra la moral (abuso sexual del clero frente a menores y adultos vulnerables). Pero, tales iniciativas fueron muy generales y abiertamente insuficientes en la específica materia de protección de los menores.
Es más, la inicial y positiva orientación de la CDF (Carta Circular 2011) no ha visto su pertinente desarrollo pleno por las diferentes Conferencias episcopales (al menos, no por todas). Las lagunas y omisiones sobre el particular son manifiestas. El mismo texto de la CDF reconoce que se comenzaron “programas educativos de prevención para propiciar ‘ambientes seguros’ para los menores”. Pero, todos sabemos que este proceso se interrumpió de hecho, sin explicación alguna. Ha correspondido al papa Francisco impulsar de nuevo este servicio mediante la creación de la Pontificia Comisión para la protección de los menores, cuyas actividades han sido objeto de las habituales resistencias.
En cualquier caso, es difícilmente discutible que, en este aspecto tan específico y esencial, está casi todo por desarrollar. La realidad y la verdad es que se ha venido actuando desde la improvisación y la apatía.
Al respecto, las Conferencias episcopales europeas podrían colaborar, en el marco del Convenio del Consejo de Europa para la protección de los niños contra la explotación y el abuso sexual (firmado el 25.10.2007 en
Lanzarote) con las distintas Autoridades estatales de los diferentes Estados miembros firmantes. ¡Toda una tarea inaplazable por más tiempo!
Lo cierto es que, en este momento (aunque se insista en afirmar que las normas ya existen), la normativa es notoriamente insuficiente y técnicamente bastante deficiente. Hay que poner remedio a esta situación.
Otra dimensión de lo ocurrido (especialmente grave y contraria al testimonio exigible) viene referida a la atención que se ha prestado a “la escucha de las víctimas y a sus familiares y a esforzarse en asistirles espiritual y psicológicamente”. También en este campo -aunque parezca increíble- las omisiones y el abandono han sido proverbiales, no obstante el criterio de Benedicto XVI en su Carta Pastoral a los Obispos de Irlanda y las constantes referencias e impulsos de Francisco. La verdad es que se ha hecho muy poco por escuchar a las víctimas, encontrarse con ellas y reintegrarlas, así como a sus familiares. Se ha abandonado un aspecto de la pastoral, prioritario y muy relevante. Esta es la realidad.
Asimismo, creo que debo referirme a otros dos dimensiones de la realidad de lo que ha ocurrido. Una, que estimo causa (no única) de la situación a que se ha llegado de hecho: relajación de la disciplina eclesiástica, y otra, efecto de la misma: pérdida a chorros de la credibilidad y fiabilidad de la propia Iglesia (confianza).
Es muy posible que los teólogos y pastoralistas piensen de muy diferente manera. Pero, la realidad es innegable. Se ha hecho caso omiso de la norma, se ha incumplido abiertamente, se ha descalificado por principio y, en consecuencia, se ha ahondado aún más en la gravedad de la situación creada. El Derecho en la Iglesia no debe ser despreciado sin más. Ni el sustantivo ni el procesal. ¿Dónde han estado los teólogos y pastoralistas ante la multiplicidad de irregularidades en el modo de tratar a los implicados e incluso ante la injusticia y violación de derechos esenciales de la persona y del fiel?
¿Puede pensarse en un orden social justo (también en el ámbito de la comunidad de los creyentes en Jesús) sin respeto a la norma vigente?
En este sentido, es evidente la crisis de credibilidad por la que atraviesa la Iglesia. Son obvios los efectos devastadores del abuso sexual del clero (sobre todo del tenor concreto de la respuesta) en el prestigio de la Iglesia (credibilidad). Es inútil negarlo. Está ahí interpelando a todos. Al respecto -para quien tenga alguna duda-, es suficiente con la lectura de la Carta a los Obispos estadounidenses, del
1 de enero de 2019. A este respecto, es muy cierta la aseveración del Moderador del Encuentro episcopal, padre Lombardi, en el sentido de que “la Iglesia está herida en su credibilidad” (15), está, en este sentido, muy enferma. Los creyentes -la sociedad en general- no se sienten seguros al entregar a sus hijos al cuidado de instituciones eclesiásticas, han perdido la confianza. Se ha originado una situación de verdadera ‘inseguridad’ y ‘desconfianza’ muy grandes. Esta es la realidad. No se logrará restituirla con palabras ni con los mantras habituales. Sólo serán eficaces al respecto hechos indubitados, normas claras que se cumplan en su integridad, con independencia de a quien afecten, y reiterados de modo constante en el tiempo.
Para concluir este visión de la verdad de lo ocurrido, se ha hacer referencia al secreto pontificio (16). Tal y como se ha entendido hasta ahora, a la vista de para qué (instrumento) ha servido, a la vista de las irregularidades que ha amparado y a la vista de la violación de derechos de los implicados que ha consentido, carece de sentido en estos tiempos regidos por la transparencia. Desde esta perspectiva, la realidad de lo ocurrido en la Iglesia, es verdaderamente lamentable.
Esta es la vergonzosa realidad. ¿Se atreverá a optar, de verdad, por la transparencia plena?
NOTAS INFORMATIVAS
11.<http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2018/12/18/pres.html>.
12. Cfr., por ejemplo, <
13.
15.
Cfr., a este respecto, Carta de los miembros del comité organizador, 18 diciembre de 2018, en <http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2018/12/18/cart.html>
y las manifestaciones del Arzobispo Fisichella en <https://www.periodistadigital.com/religion/vaticano/2019/02/17/religion-iglesia-vaticano-presidente-nueva-evangelizacion-arzobispo-fisichella-abusos-perdimos-credibilidad-culpa-unos-pocos.shtml>.
16. Cfr., por ejemplo, <https://www.periodistadigital.com/religion/opinion/2018/09/12/secreto-y-evangelio-religion-iglesia-dios-jesus-papa-francisco-fe-esperanza-ley-reforma-pontificio-concilio-vaticano-ii-pio-xii-encubrimiento-victimas.shtml>.