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Por debajo de la mesa

Mediados de los años 90. Verano. Casanueva, Granada. Dos primos, un niño y una niña de cuatro o cinco años aproximadamente, se encuentran en la casa de sus abuelos paternos. Ambos tienen la suerte de compartir a uno de los mejores abuelos del mundo (sino el mejor).

Aquel día, su abuelo a buen seguro también estaba muy ocurrente y gracioso, pero los primos deciden abandonar por un momento a toda la familia, y se ocultan furtivamente debajo de la mesa principal de la casa. De hecho, el niño, de una forma un tanto impulsiva e inesperada, decide coger la mano de su prima (sin que ella oponga ninguna resistencia, claro está), para esconderse en un lugar pequeño y medianamente seguro como es la mesa principal de la casa de sus abuelos. Una vez ocultos, el niño decide cogerle la cara a su prima de una forma un tanto torpe y nerviosa, lo que acaba derivando en un largo y apasionado beso entre los primos. Tanto es así, que la experiencia resulta tan gratificante a ambos, que la niña decide responder con la misma moneda a su primo. Un beso igual de torpe e inexperto, así como extenso en su duración. Después de unos segundos de cruce de miradas entre los primos, finalmente ella sale de la mesa, dejando a su primo aún más nervioso que en aquellos segundos previos al que fue el primer beso de su vida.

Si, el primer recuerdo de mi vida alude directamente a una de las canciones más populares de Luis Miguel. En realidad, todavía no he llegado a saber el grado de culpabilidad que tiene mi madre en este asunto, ya que desde los primeros años de mi vida, mi madre me absorbió el cerebro con todo tipo de música romántica (y muy especialmente de Luis Miguel). Aún así, debo de reconocer que con el paso del tiempo, el estado de mi cerebro ha mejorado notablemente. Ni siquiera una epilepsia ha conseguido eclipsar un mayor grado de razonamiento, un control mucho más satisfactorio de mis emociones o una memoria más sólida y fiable. Si, también la memoria.

De hecho, algunas veces me ha sucedido que he expuesto un recuerdo con todo lujo de detalle, y mis familiares o amigos apenas daban crédito a mi capacidad de memorización. Aún así, nadie se salva (ni siquiera yo) de un hecho cada vez más frecuente en un mundo cada vez más dependiente de las nuevas tecnologías, y es la pérdida progresiva de memoria que padece nuestra sociedad hoy en día (especialmente si hablamos de sucesos lejanos en el tiempo).

Fíjense sino en su alrededor, o incluso en ustedes mismos. ¿Alguna vez no les ha sucedido que se quedan un par de segundos parados para recordar aquello que tenían que hacer exactamente, a pesar de que segundos antes tenían claro lo que iban a realizar? Puede que nunca hayan llegado a pensar ello, cosa que no me extraña, pero en los últimos años este hecho se ha ido consolidando cada vez más. Cada semana me encuentro con mis propios olvidos, con los de mis familiares y los de mis amigos. De hecho, un psiquiatra brasileño conocido como Augusto Cury, ha denominado este trastorno como “el síndrome del pensamiento acelerado”. Un proceso, que según Cury, afecta a tanta gente que puede considerarse “el mal del siglo”. Ahora supongo que se preguntarán el porqué de un suceso tan complejo como este.

En realidad, este reciente decaimiento en nuestra capacidad de memorización tiene una explicación muy sencilla, y no es otra que Internet. El hecho de vivir rodeados de pantallas que nos proporcionan información constantemente, no hace más que dificultarnos esa plena concentración que todo ser humano necesita para recordar todas y cada una de nuestras conversaciones y experiencias, especialmente si hablamos de aquellas experiencias más lejanas en el tiempo. De hecho, un pensador francés llamado Paul Virilio, hace un par de décadas ya hablaba de un término conocido como “la bomba informativa”. Este autor señalaba que vivimos en un mundo dominado por la información y la instantaneidad, lo que hace que la gente deje de cuestionar no solo el “statu quo”, sino también el propio sentido de su existencia.

Ante un panorama tan inquietante como indescifrable en todos los sentidos, solo cabe tener esperanzas en el futuro, porque con pesimismo no se construye nada que merezca la pena. Y por favor, desconecten más a menudo e intenten poner freno a algo tan valioso como la pérdida de nuestra memoria. Lean más libros y menos tweets, os aseguro que me lo agradecerán.

Actualizado: 14 de marzo de 2022 ,

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