La izquierda tradicional (PSOE) evidenció, desde Zapatero, la crisis ideológica en la que estaba inmersa. Empezó a izar su nueva bandera identitaria, con olvido, en realidad, de la condición que representaba y representa la ciudadanía común. Esta deriva –insólita para la izquierda tradicional- está alcanzando su cenit con Sánchez.
Ahora la realidad social y política se fracciona y se centra en singulares grupos minoritarios (feminismo de género con múltiples derivas, emigrantes, nacionalistas separatistas, pobres y marginados (víctimas del desalmado capitalismo), educadores de izquierda, colectivos LGBT, etc., etc.). A todos ellos les proporciona un cierto trato de favor (una suerte de privilegios legales).
Toda la acción política de la izquierda, en consecuencia, se centra (mediante toda suerte de artimañas, postureos y mentiras) en captar el apoyo (el voto) de estos colectivos. Ya no se distingue por dirigirse al conjunto de ciudadanos libres y responsables.
Ya no le importa apoyar un acervo común básico en el que pueda coincidir con otras fuerzas políticas. Es tan intensa su política identitaria que, con el apoyo de los numerosos medios de comunicación que controla, ha logrado crear la llamada dictadura de lo políticamente correcto. Todo lo que se salga de ese ámbito que la izquierda diseña en exclusiva se le distingue con la censura, la descalificación y la negación de la propia existencia. Es proverbial su aplicación a separar y a dividir a la gente.
Sienta ciertos dogmas que impone a todos. Sobre ellos ni se puede debatir, ni criticar, ni mejorar. Siempre maneja a la perfección la doble vara de medir y siempre se estima con absoluta superioridad moral (cinturones de sanidad democrática). Practica lo que tantas veces he calificado como ‘infernamiento’ social.
Como el populismo de derechas (VOX) puede, al menos temporalmente, acreditar posibilidades no sospechadas de crecimiento importante (Andalucía y encuestas), la izquierda política y mediática ha reaccionado airadamente y de forma nada democrática. ¡Vaya muestra de tolerancia y de capacidad de convivir con el diferente! ¡Y, eso que se dicen progresistas! La izquierda ve ahora peligrar en el futuro más inmediato su posición en las instituciones. Se ha puesto muy nerviosa y está, por desgracia, sentando, a la vista del tono de su reacción, las bases para el enfrentamiento permanente. ¿Será inevitable?
Parece aconsejable un poco de autocrítica. VOX, aunque no lo quieran entender desde la izquierda, es, en realidad, la manifestación del ‘hartazgo’ de una parte también legítima de la sociedad respecto de ciertos excesos de las políticas de izquierda. El choque que se avecina (ya ha empezado) es peligroso. Nada bueno cabe esperar. Nadie responsable (dirigente o simple ciudadano) debiera alimentarlo. El ambiente de ‘crispación social’ (Card Omella) se palpa a diario. ¿Cómo trabajar juntos para conquistar nuevas metas, en libertad e igualdad, para todos (modernización social)?
Sólo imagino un camino posible: recuperar aquello de lo que osó (¡ay, Rajoy!) prescindir (la doctrina liberal). Esto es, laborar para hacer realidad el principio democrático de igual libertad para todos. A partir de ese marco, que cada cual opte como quiera. Lo contrario es la tribu y el populismo. En esto, coinciden PP y C’s.