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La mujer en el hogar familiar

Si hay algo en lo que la familia, en los tiempos actuales, está llamada a experimentar cambios importantes es en la distribución de las tareas en el hogar. Hasta hace poco parecía normal que la mujer asumiera, casi en exclusiva, tales tareas.

Es más, todavía subsisten focos de resistencia y muchos más nostálgicos del pasado de los que fuera deseable. Todos los vemos en el diario trabajo profesional (www.Delgadoyasociados.es). No acaba de operarse el necesario cambio.

A esta situación real, se ha referido el papa Francisco cuando ha subrayado que a la madre (…) se la escucha poco y se le ayuda poco en la vida cotidiana, y es poco considerada en su papel central en la sociedad. Es más, a menudo se aprovecha de la disponibilidad de las madres a sacrificarse por los hijos para ‘ahorrar’ en los gastos sociales.

En el marco de la reflexión que intentamos, interesa poner de relieve que, efectivamente, a la mujer  -hablando con generalidad- “se le ayuda poco en la vida cotidiana”. Se ha dado por válida, consentida y aceptada, una distribución de tareas en el hogar abiertamente desequilibrada e injusta en muchos casos. Son numerosos los hogares, son muchísimas las familias, en las que la mujer se siente (y, con razón) muy sola, un tanto abandonada, muy poco ayudada en la tarea de sacar adelante el hogar y la familia (excepción hecha de la aportación económica).

Es víctima –lo ha sido tradicionalmente- de una injusta y discriminatoria distribución de funciones y tareas. Y lo es por su compañero de viaje (individualismo) y por el propio Estado, que no acaba de encauzar el verdadero problema o causa de la desigualdad y discriminación de la mujer: la conciliación de la vida laboral y la atención a la familia.

Con independencia de si son o no escuchadas (aspecto que reclama también una corrección a fondo en la propia Iglesia y en la sociedad civil), el Papa insiste en que “habría que comprender más su lucha cotidiana por ser eficientes en el trabajo y atentas y afectuosas en la familia; habría que comprender mejor a qué aspiran ellas para expresar los mejores y auténticos frutos de su emancipación. Una madre con los hijos tiene siempre problemas, siempre trabajo. Recuerdo que en casa, éramos cinco hijos y mientras uno hacía una travesura, el otro pensaba en hacer otra, y la pobre mamá iba de una parte a la otra, pero era feliz. Nos dio mucho” (Ibidem).

En efecto, no se trata ahora de valorar la felicidad que la mujer experimenta al darse totalmente a sus hijos. Se trata de entender con todas las consecuencias que la atención específica de la mujer y madre a sus hijos “tiene siempre problemas, siempre trabajo”, que origina situaciones‘pesadas’ y estresantes.

Situaciones que explican y justifican, por otra parte,  su lucha a favor de la igualdad. Situaciones que  han de corregirse ya en los inicios mismos de la vida en común y que han de ser contempladas en el pacto fundacional originario. La posición/actitud de cada uno de los miembros de la pareja sobre el particular puede dar lugar a claras diferencias de criterio, que dividan a la pareja, y que es preciso esclarecer y consensuar  -al menos en sus criterios orientadores-, ya antes de iniciar el camino.

Cuando, en la pareja, vienen los hijos, todo puede complicarse. A la habitual carga doméstica que, probablemente, ya viene desempeñando de modo discriminatorio, ahora la mujer se ve atrapada por una nueva situación: el embarazo y posterior maternidad. Durante el embarazo –es una evidencia- toda la carga mental (o al menos, la más gravosa) gravita sobre la mujer y madre. Ella es quien lleva al niño en su seno y quien ha de preocuparse por los frecuentes controles ginecológicos, ecografías, etc. etcétera.

Pero, sobre todo, aparecerá el miedo a tener un hijo y su influjo en su inteligencia. Miedo que, en parte, explica las habituales reticencias de la mujer frente a la maternidad y el por qué de su retraso en el tiempo. Miedo (angustia) que, aunque no sea un hecho probado científicamente,  flota en el ambiente y es percibido como algo que puede influir de modo negativo en la profesión que desempeñe la mujer.

Nacido el hijo, la acción de las madres se centra de hecho  en su atención y cuidados. El padre, generalmente, vuelve a su trabajo al poco tiempo. La madre, por el contrario, ha de hacer frente de nuevo a las tareas más cotidianas del hogar. Como venía haciéndolo hasta entonces. Pero, sobre todo, la mujer y madre ha de gestionar y realizar el día a día del recién nacido, menor de dos o tres años. Se siente, ciertamente, inclinada a ello por instinto natural. Libremente decide ser ella la que cuide de los niños (Peterson).

Digamos que prefiere, aunque se reincorpore a su trabajo profesional, no delegar esta función en el padre. Sabe de sus habilidades y capacidades naturales y de su mayor aprendizaje. “Los hombres están peor configurados que las mujeres para el cuidado de niños de menos de dos años. Esto es así. Podemos aleccionarlos” (Peterson). Es más, el hombre suele adoptar una actitud más pasiva sobre tales tareas y, para más inri, le puede parecer normal y lógico que se le tenga que pedir que haga ciertas cosas.

Prefiere que le den ‘órdenes’ y que le digan qué ha de hacer y cómo. Lo cual significa que la mujer, por lo general, asume de hecho una carga mental multiplicada y, desde luego, muy distinta en cantidad e intensidad a la que asume el varón. ¿Cómo, en esta situación, proceder a una distribución de las funciones y tareas del hogar?

Según vayan creciendo los hijos, se hará aún más evidente la necesidad de pensar y controlar su crecimiento. En concreto, aparecerá, entre otras cosas, la atención y seguimiento de sus actividades extraescolares, su asistencia a las relaciones sociales con amigos, acompañamiento en trabajos de estudio y lectura (tareas del Centro escolar  y otros posibles aprendizajes), asistencia y ayuda en todo el complejo mundo de la comunicación personal con ellos, la tarea diaria de corregir actitudes y conductas, controlar el uso moderado de ‘caprichos tecnológicos’, y, en general, la fundamental tarea de educación y transmisión de valores, etc. etc. etcétera.

No parece necesario insistir que la organización del hogar familiar, una vez han aparecido los hijos y conforme vayan creciendo en edad, presentará una multiplicación de funciones, de tareas, de atenciones  -de todo tipo y naturaleza-, que es necesario atender. ¿Quién ha de ocuparse de todo ello? ¿Necesariamente, la mujer y madre? ¿Cómo compartir esta inmensa tarea?

(Continuará)                                                               

Actualizado: 14 de marzo de 2022 , ,

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