Es común subrayar que la democracia representativa (la que disfrutamos ahora) no está haciendo bien las cosas. Genera y/o tolera múltiples quejas ciudadanas, casi siempre ciertas. Pero, sobre todo, propicia una tendencia, más o menos invisible, que carcome el sistema mismo y que, si no se combate con eficacia, acabará con el mismo.
'Contra el rebaño digital’ (Jaron Lanier), se ha de permanecer en constante alerta. Las democracias suelen erosionarse poco a poco, imperceptiblemente, mediante actuaciones a veces difícilmente detectables. Aquí radica el peligro: en la dificultad para detectarlo, dada la envoltura bajo la que se ofrece. El riesgo ahora son los propios gobiernos elegidos en las urnas mediante lo que los expertos han dado en llamar ‘alianzas fatídicas’.
La España actual puede ponerse como ejemplo paradigmático. El Gobierno Sánchez, para poder ostentar y mantenerse en el poder, ha necesitado y necesita una alianza fatídica y, en sí misma, contradictoria. “Ya no está en el constitucionalismo’ (Rivera). Ya no parece compartir el consenso tradicional con las fuerzas constitucionalistas en cuestiones importantes (las elecciones libres, el pluralismo, la independencia judicial, los derechos humanos, la laicidad, la defensa de la unidad de España, el imperio de la ley, la tolerancia, la política de Estado, la educación y la inmersión linguistíca).
La ‘quiebra moral del PSOE’ (Rivera) es una evidencia. Depende en todo de fuerzas extremistas disgregadoras (Nacionalistas separatistas y Podemos) que lo tienen, a veces, maniatado y, otras, le consienten reformas e impulsos en contra de la otra mitad del electorado más moderado y que, en múltiples casos, no respetan el ámbito individual del ciudadano. ¿Prevalecerá en Sánchez el interés general frente al personal de presidir el Gobierno de España? Personalmente, tengo fundadas y más que razonables dudas al respecto.
Aquí hemos de llamar la atención del ciudadano y del votante. Como nos ha recordado estos días José A. Marina, lo importante en la era Twiter actual es la ‘gratificación inmediata’. Cierto. Por ello, el populismo constituye la expresión actual de la política, que, junto con el nacionalismo, sobre todo si es separatista, se configuran como el resurgir de los demonios de Europa (Macron) y de España. Cabalmente, las dos muletas que sustentan el Gobierno Sánchez.
Aquí radica, precisamente, el peligro. Lo que parecía definitivamente conquistado y garantizado (la libertad) puede desaparecer. Los extremismos, necesarios para que Sánchez pueda presidir el Gobierno de España, le están llevando a erosionar las instituciones, a practicar una especie de demagogia populista (el patinazo del TS es un ejemplo claro), a airear sus malas relaciones con la verdad (Calvo/Vaticano), a atropellar el mercado financiero, a concesiones a los separatismos que discrimina claramente a los ciudadanos, a entrometerse en la conciencia e intimidad de las personas y de los padres de familia en aspectos básicos de la educación de los hijos, a entender la laicidad como barrido de la religión, específicamente, católica y de las instituciones que la representan, a separar y dividir (infernar) a la sociedad, etc. etcétera.
En este marco de realidades (podrían multiplicarse los ejemplos), lo que ha de preocupar, como han expresado Levitsky Steven y Daniel Ziblatt, es que “una de las grandes ironías de por qué mueren las democracias es que la defensa de la democracia suele esgrimirse como pretexto para su subversión”. Evidente. Todos los días lo vemos y comprobamos en nuestra España. Y, todo ello en pleno activismo político, merced a Sánchez que sólo parece importarle su plato de lentejas.