No cabe duda de que el dicho “más vale tarde que nunca” es fácilmente aplicable a mi descubrimiento del cine. De hecho, llevo casi 10 años viendo películas de todos los géneros y años que os podáis imaginar. Comedias como Annie Hall o Con Faldas y a lo Loco, dramas como Magnolia o La noche del cazador, películas plagadas de acción como Kill Bill o Matrix o westerns crepusculares como Rio Bravo o El hombre que mató a Liberty Valance. Que haya citado solo a películas americanas no quiere decir que sea un fanático de Hollywood. También adoro el cine europeo, especialmente el cine italiano y francés, así como el que se realiza en nuestro país. El mundo sigue, Cría cuervos, Amanece que no es poco, Abre los ojos o Blancanieves son grandes ejemplos del gran cine que se realiza también en España. Como podéis apreciar si tenéis un mínimo de cultura cinéfila, mis gustos sobre el séptimo arte no entienden de épocas ni de edades, solo de calidad y sensibilidad artística.
Como ya anuncié al inicio de este artículo, mi relación con el cine no es tan duradera como la que tengo con la lectura. De hecho, existe una anécdota personal que ejemplifica a la perfección la conexión tan intensa que siempre he sentido por la literatura. Cursaba sexto de primaria, y los alumnos teníamos que leer una hora a la semana en clase de forma obligatoria. Jamás olvidaré la cara de mi profesora cuando me vio en clase con Robinson Crusoe bajo el brazo. Su cara mezclaba la fascinación con la extrañeza más absoluta. Supongo que se preguntaba que hacía un niño de once años con un clásico de la literatura. Sin embargo, mi admiración por el séptimo arte se hizo de rogar. Tuve que cumplir la mayoría de edad para conocer a dos genios que me descubrirían la grandeza del cine: Woody Allen y Quentin Tarantino. Tener el placer de ver por primera vez obras maestras como Pulp Fiction o Manhattan supuso el hallazgo de un universo casi desconocido para mí. Desde entonces, poco a poco, sin prisa pero sin pausa, he ido conociendo a otras estrellas del séptimo arte. Genios como Billy Wilder, Martin Scorsese o Alfred Hitchcock. Ellos han creado verdaderas obras de arte como El Apartamento, Toro Salvaje o Psicosis.
Y ya que estamos hablando tanto de cine, permítanme que les recomiende unas pocas películas que resultan en su mayor parte desconocidas (o semidesconocidas) para gran parte de la gente. ¿Le agrada el cine atrevido, y que se moja en temas políticos y sociales? Entonces debe ver si o si las últimas películas de Adolfo Aristarain. Para los melómanos, es de visión obligatoria uno de los mejores trabajos de Scorsese, El último vals. Para cualquier estudiante de periodismo que necesite ver las dos caras de su futuro empleo, resultan muy didácticas El dilema y Network. ¿Es un cinéfilo empedernido y aún no ha visto La noche americana? Cuando la vea, siempre se preguntará porque había tardado tanto en contemplarla. Del mismo modo, si son escépticos ante el poder del cine mudo, vean Luces de la ciudad. Quedarán hipnotizados de principio a fin. Al igual que sucede con Barry Lyndon. El poder visual que ejerce esta película sobre el espectador es tal que hasta la memoria más consistente olvida que el filme dura tres horas. De hecho, la duración de una película importa muy poco cuando tus ojos no se pueden despegar de la pantalla. El mejor ejemplo de ello es La mejor juventud, uno de los filmes más largos de la historia. Seis horas de pura emoción y profundidad narrativa, sin duda una de las mejores películas italianas que he podido presenciar hasta ahora.
Esta serie de recomendaciones podrían seguir durante mucho más tiempo. Tampoco he hablado de Cautivos del mal o de Los idus de marzo (ambas imprescindibles si eres un fanático de House of Cards), de grandes directores de los años 60 y 70 como Sydney Pollack o Robert Mulligan, o de lo sumamente refrescante y descarado que supone ver el cine de Todd Solondz en estos tiempos tan políticamente correctos. Puede que ustedes aún no lo sepan, y al igual que me sucedió a mí hace casi una década, descubran un auténtico hobby siguiendo algunas de mis recomendaciones. Atrévanse, hasta ahora nadie ha probado que una mayor dosis de cultura sea perjudicial para la salud.