Ya ha pasado con creces el tiempo de gracia (un año) desde que se hizo cargo de la CDF. Ha tenido tiempo más que suficiente para pensar y fijar las directrices del necesario e inaplazable cambio de rumbo. En realidad, conocía y conoce perfectamente la situación pues fue Secretario de la CDF desde el 9 de julio de 2008. ¿Ha dicho, realmente, algo nuevo sobre el tema que haga abrigar esperanzas sobre una respuesta creíble de la Iglesia a este grave contra testimonio evangélico? ¿Se está pensando (de una vez por todas) en una reforma sustantiva y procesal de la normativa vigente, que pueda devolver la credibilidad perdida a la Iglesia? ¿Se puede pensar que, una vez derribado el muro de la resistencia que, presuntamente, significaba el anterior Prefecto, ahora, por fin, se va a abordar el problema y su respuesta en términos creíbles y con respeto a los derechos de todos los implicados, especialmente respecto de las víctimas y sus familiares?
¿Piensa el actual Prefecto de la CDF proseguir el camino emprendido con la Circular 2011?
El día anterior a la recepción de los atributos cardenalicios, el actual Prefecto de la CDF, cardenal Ladaria, puso en los medios este melifluo mensaje: "El hecho de que estos casos se estudien, se traten y se castigue debidamente a quien ha cometido este crimen es algo que nos interesa mucho también para la prevención y para que se vea que hay conciencia de este problema y que no se quiere cubrir". Lo siento. Pero, en estas palabras, sólo aprecio y veo pura demagogia. La misma de siempre. Ya estamos cansados de escuchar tanto mantra inútil. Para este viaje, no hacen falta tales alforjas.
Como he subrayado en tantas ocasiones -y viene recordando con insistencia la ECA (Ending Clergy Abuse)-, sobran las palabras (2). Es urgente dar paso a los hechos, sea quien sea quien haya protagonizado la conducta de abuso y “reparar el daño causado”
(indemnizar a las víctimas y sus familiares). Lo contrario no es creíble y se está volviendo contra la propia Iglesia y el papa Francisco. Ya ha pasado el tiempo de pedir perdón. Ahora es el tiempo de los hechos, de hacer lo necesario (incluida la reparación del daño causado a las víctimas) para sancionar ciertas conductas e incluso a quienes han encubierto. Lo demás sobra porque no es creíble y “no demuestra arrepentimiento sincero”. ¿Tan difícil es aceptar, en la Iglesia, tal lógica de las cosas? La gente, el creyente, está ya cansado de lo mismo. Quiere otra cosa.
La pregunta clave y que le compromete gravemente, señor cardenal, es ésta: ¿Por qué no se ha avanzado (de verdad y en serio) en las reformas necesarias a partir del pronunciamiento de Benedicto XVI a los católicos de Irlanda (19 de marzo 2010)? No vale como respuesta que todavía siguen paralizados (ciegos) como consecuencia del impacto originado por ‘la gran tormenta mediática’ de la denuncia de los abusos en la Iglesia. ¿Por qué no han reaccionado como vienen obligados? ¿Qué está pasando o hasta dónde se extiende la mancha para que, a pesar de la renuncia de Benedicto XVI y del encargo del Cónclave a Francisco, no se acaba de tomar el toro por los cuernos? ¿Qué tiene que pasar o descubrirse todavía para que se produzca la reacción que se espera y es exigible?
Si de verdad lo que se pretende por la CDF (en general, por la Jerarquía católica y otros órganos de gobierno) es hacer ver al pueblo de Dios y la sociedad entera que “hay conciencia del problema”, sinceramente no lo parece o están fracasando en el intento.
¡Solo faltaba que no tuvieran conciencia del problema con la que ha caído y todavía puede caer!
Pero, no basta. No debe olvidar que, desde siempre, el movimiento se demuestra andando. Tener conciencia del problema implica la realización de actuaciones concretas de diferente orden (hechos), encaminadas a poner fin al mismo en todas sus dimensiones y perspectivas. ¿Cuánto tiempo tiene que pasar en la misma situación para que, por fin, reaccionen como es debido? ¿Qué se ha hecho (por mencionar unas fechas a título ilustrativo) en los últimos diez años al respecto? ¿La respuesta que hasta ahora se ha dado es la que cabe esperar ante semejante contra testimonio evangélico? ¿Es inútil esperar algo diferente a las meras palabras y a los consabidos mantras? ¿Acaso se pretende seguir varado en la playa? ¿Acaso se ha de aceptar como irracional un cambio de rumbo?
¿A qué están esperando? ¡Hechos, no palabras!