En demasiadas y reiteradas ocasiones, los ciudadanos asistimos con extrañeza a la divergencia existente entre la realidad social y la realidad jurídica. Ahora ocurre, otra vez y de nuevo, con la sentencia dictada por los magistrados de la Audiencia de Pamplona con respecto a La Manada. Pero también vivimos esta dicotomía en otros casos recientes. Como, por ejemplo, la muerte violenta en nuestras carreteras de ciclistas atropellados por conductores afectados por el consumo de sustancias estupefacientes o alcohol. O por el reciente caso del jubilado de Porreres que responde al acoso violento y en su propio domicilio de los ladrones utilizando su escopeta de caza. O, también, de las familias propietarias de viviendas que las ven ocupadas por facinerosos que destrozan el inmueble o exigen la entrega de determinadas cantidades de dinero a cambio de restituir la posesión a su legítima propiedad.
Todos estos casos no son más que una concatenación de ejemplos de que los sentimientos de la ciudadanía van por un camino divergente a las normas penales y la aplicación de las mismas, esta última faceta de su directa y estricta competencia, señores jueces.
La Justicia no es venganza. Debemos rechazar el Código de Hammurabi (ojo por ojo, diente por diente) como principio ilustrador de nuestro sistema judicial. Pero ser justo es ser consciente de que la valoración que la sociedad realiza de determinados hechos evoluciona y no debe ni puede estar fosilizada en el pasado. Si, por ejemplo, la violencia ejercida sobre los menores de edad en el pasado se consideraba una parte más de su proceso formativo y hoy es una auténtica aberración merecedora del desprecio social, otras realidades también se ven afectadas por la evolución de los apriorismos humanos.
Señores jueces:
Dentro de su ámbito competencial, además de aplicar las leyes, también está el interpretarlas. Ustedes, sin extralimitarse en las competencias que les atribuyen las normas, pueden valorar y sentenciar de acuerdo a las variables que esas mismas normas les ofrecen. Y no con ansia vengativa, sino con la clara intención de posicionar la Justicia –con mayúsculas– al mismo nivel que la sociedad a la que sirve.
Y es que, aunque algunos no lo quieran recordar, la Justicia sirve a la sociedad de la que emana. Hay Justicia cuando la sociedad la aprecia, respeta y valora. Si la Justicia se convierte en el refugio anquilosado de los vestigios del pasado, de usos sociales periclitados o en un parapeto tras el cual algunos privilegiados se protegen del cambio de los tiempos, esa misma Justicia dejará de ser justa.
La sentencia de La Manada es discutible, como todo es discutible en una sociedad democrática. Pero lo que no debe ser discutible es que los jueces, en el estricto ámbito de sus competencias y responsabilidades, han sido escrupulosamente justos en el ejercicio de las potestades que la propia ley y el Estado de Derecho les han conferido.
Señores jueces:
Pueden ser ustedes parte de la sociedad a la que se deben o formar parte de los cada vez más reducidos reductos de los que siguen empecinados en considerarse a sí mismo superiores a los demás. Pueden ustedes vivir en y con la sociedad o fuera de ella. Pueden ustedes estar con los pies firmemente plantados en el suelo o balancearse en la peligrosa y débil torre de marfil de los decimonónicos privilegiados. Elijan ustedes. Elijan ser simplemente justos o ser abyectamente injustos.