Ella le dice a él que Pedro Sánchez ya ni es socialista ni nada, en tono de reproche, y acto seguido cambia a comprensivo para añadir que Albert Rivera le inspira confianza porque está limpio. Entonces, me pregunto en silencio para que no oigan, ¿a qué viene rechazar a Pedro por lo que ya no es, si socialista es algo que Albert no es en ningún caso? Por su manera de hablar deduzco que ninguno de ambos vive de la política, lo que me permite concluir que su conversación proporciona una idea de los mecanismos mentales que deciden muchos de los millones de votos que entran en las urnas.
Siendo un lugar común que muy pocos votantes leen los programas electorales, hay una solución para evitar las discriminaciones y además conseguir que las urnas reciban, en forma de votos, las reflexiones sobre las propuestas de los partidos y no los sentimientos que inspiran las personas que los lideran. Esto es importante porque quienes se implican en política casi siempre nos terminan decepcionando… tras conseguir los escaños, por supuesto. Y como se trata de un cambio de paradigma que deben decidir los políticos, nada mejor que la propuesta concilie con alguna de las que ellos mismos aprueban. Aunque sea para aplicarlas contra toda la sociedad, excepto ellos.
En julio de 2017 la ministra Monserrat comenzó a presumir de igualdad de oportunidades con lo del currículum vitae anónimo, una idea que resucitó ante la avalancha feminista del pasado 8 de marzo para contrarrestar el inmenso error del Gobierno ante esa movilización. A la luz de la verdad el nuevo modelo no se está aplicando, salvo en ayuntamientos como el de San Andrés de Rabanedo, de 31.000 habitantes, y 90 empresas más, es decir, unas cifras irrelevantes. Convencer de su viabilidad para los cientos de miles de selecciones de personal que se llevan a cabo anualmente es mucho más difícil que verbalizar una demagogia de ocasión. Y esto último una indecencia si se argumenta desde el Gobierno.
En cambio, solo depende de la voluntad de los políticos, y de las políticas, solventar para siempre y de un plumazo no solo las discriminaciones inaceptables que se consolidan al trasladarse a las instituciones públicas tras las elecciones, sino también provocar que los debates emocionales de mesa de bar sobre personas se conviertan en debates políticos de mesa de bar sobre los programas electorales. La solución es muy simple: Que las papeletas de votación no incluyan nombres de personas sino simplemente siglas y, por tanto, que los partidos no elijan candidatos antes de las urnas, sino ediles o parlamentarios una vez conocidos los resultados electorales. Elección de cargos que podría obligar por ley a repartos del 50% entre hombres y mujeres, por ejemplo. Dicho sea de paso, cuántos problemas se habrían ahorrado en Catalunya para elegir President si el juez Llarena hubiera tenido que perseguir independentistas a ciegas.
Si probáramos esta fórmula durante veinte años, por ejemplo, nos libraríamos del debate sobre listas abiertas o cerradas que, a tenor de la experiencia en España, debe estar reservado a valientes de otros planetas. Y como en el Senado se vota a personas lo disolvemos. Así no se demorará la reforma y, de paso, nos ahorraremos un montón de euros. Seguro que sobreviviremos sin ese trasto.
No ser Juanjo Millás no impide pedirle prestado por un día su gin tónic, un clásico de la literatura de desayuno. Y no califique de ocurrencia quien lea propuestas como esta de las candidaturas anónimas, pues cuando la incapacidad para formar gobierno rompe las paciencias hasta los poderes sistémicos pierden los nervios. ¿Quién no recuerda a “El País” pidiendo que se retiraran de la primera línea los cuatro líderes que no conseguían ponerse de acuerdo para alumbrar un gobierno? Si, se referían a Rajoy, Sánchez, Iglesias y Rivera. No recuerdo que los argumentos del periódico de PRISA fueran de mayor calado que los de la pareja que sigue hablando en la mesa de al lado.