Su tradicional política de no hacer nada, de apoltronarse en su sillón presidencial, de literalmente fumarse un puro ante los distintos y constantes problemas que afligen a España ha entrado en las últimas semanas en una dinámica totalmente divergente, en una esquizoide carrera para no verse superado por la realidad.
La realidad son los jubilados que se sienten insultados y menospreciados ante los reiterados aumentos del 0,25% anual en sus retribuciones sociales.
La realidad son los miles de agentes de la Policía Nacional y de la Guardia Civil que hacen exactamente el mismo trabajo que sus equivalentes de los Mossos d’Esquadra, la Policia Foral de Navarra i la Ertzaina del País Vasco y cobran hasta mil euros menos cada mes. Otro flagrante caso de brecha salarial.
También es una realidad que, a media legislatura, sin ninguna previsión anunciada en los aún ignotos Presupuestos del Estado de este 2018, se ha sacado de la manga, para regocijo de los sindicatos, un aumento salarial a todos los funcionarios españoles de casi un 9% en solamente tres años. Eso sí, sin advertir de su ocurrencia ni a comunidades autónomas ni a ayuntamientos, los cuales se verán arrastrados por estas subidas sin tenerlas ellos mismos previstas en sus propias cuentas públicas.
Y, asimismo, también es una realidad que, ante la realidad de que múltiples ayuntamientos de toda España tienen paralizados en el banco miles de millones de euros provenientes de los impuestos que han pagados sus conciudadanos (500 millones en el caso de Baleares), ahora parece que les permitirá invertirlos en servicios públicos. Esperemos que sea en mejora de las infraestructuras y en la seguridad ciudadana.
Todos estos ejemplos, señor Rajoy, coinciden casualmente –si es que se puede definir así– con las inminentes elecciones europeas, autonómicas y municipales del próximo año y, más importante si nos permite señalarlo, con las implacables encuestas que vaticinan que los neonatos del partido naranja Ciudadanos les han sustituido como principal referencia de los votantes del centroderecha español.
La dicotomía enmarca todas estas promesas que usted está haciendo a todos aquellos que le piden algo. Primera opción: su tradicional parálisis le ha llevado a no aplicar medidas de mejora social que podía haber impulsado hace ya tiempo. O, segunda opción: no existe en España disponibilidad económica para asumir todo lo que usted está concediendo desde su poltrona presidencial pero prefiere endeudar al país antes que perder unas elecciones.
Las dos opciones son malas. Son pésimas tanto si usted no hizo nada por vaguería o si ahora está abriendo la mano aun sabiendo que eso nos conducirá, dentro de un tiempo, a nuevos recortes y austeridades radicales.
Señor Mariano Rajoy: la realidad es que en el último tramo de la legislatura acelera usted medidas de carácter popular –y algunas populistas– para intentar desesperadamente frenar la ola naranja que se cierne sobre usted, sobre su Gobierno, sobre su partido y sobre los miles de cargos y asesores del Partido Popular que ven con pavor como sus poltronas, cargos, coches oficiales, sueldos públicos y prebendas de todo tipo y condición se están diluyendo ante una terrorífica derrota electoral.
Seguro que después de los agentes de la Policía Nacional y de la Guardia Civil y de los funcionarios llegarán otras medidas para callar algunas bocas entre los pensionistas. Bienvenidas sean si son buenas y adecuadas.
Pero, señor presidente Rajoy, no se olvide de otro grupo de personas que, con la Constitución en la mano, le han recordado a usted que los derechos y los deberes cívicos nos incumben a todos. Recuerde señor Rajoy la movilización del 8 de marzo, el clamor unánime de muchísimas mujeres y muchísimos hombres requiriéndole medidas activas para asegurar de una vez y para siempre la igualdad real de todos y todas. Recuerde el 8 de marzo, tome nota, póngase manos a la obra y haga aquello por lo que le votaron los españoles: solucionar problemas. Aunque eso le cueste el cargo.