En Julio de 2017, ciertos intelectuales y artistas catalanes se manifestaron en el País sobre el Proceso. Como con valentía les recordó Arcadi Espada (El Mundo, 25.07.2017, pág. 2), expresaban lo que siempre han hecho: "contemporizar con una ideología siniestra que han contribuido a hacer pasable y hasta simpática". ¡Cierto! ¡Siempre con la práctica de la equidistancia! Eso sí, sin reconocer el camino xenófobo elegido por una parte de los catalanes.
Resulta que, aquí en Mallorca, mucha gente ni se entera que se están siguiendo los pasos marcados en el Proceso catalán. Aquí –dicen, seguros- el nacionalismo no es soberanista. La agitación de los últimos tiempos, por el contrario, lleva (según subrayan) el signo del
anticatalanismo. Lo que se percibe es el exacerbado españolismo y el odio hacia la lengua de esta tierra. Aquí –insisten- no se aprecian los riesgos provenientes del impulso político del Gobierno Armengol y de sus adláteres. Ni siquiera el PP personifica una verdadera oposición en este campo. Vamos, que vivimos en el paraíso.
Y, sin embargo, la realidad es muy diferente. Aquí, en Mallorca, también se divide, se separa, se inferna a la gente. Se hace de modo sistemático y desde hace mucho tiempo. También se adoctrina claramente en los Centros educativos. También se gobierna desde una cierta fobia al de fuera. También el español, lengua oficial del Estado, tiene problemas para su conocimiento y su uso. También aquí se utiliza la lengua como arma política y no como herramienta vital para la vida. También aquí muchos alumnos no logran de hecho la competencia en español y ven limitadas sus posibilidades futuras de trabajo. También aquí –y de modo específico respecto del nacionalismo- se practica aquello según lo cual el fin justifica los medios. También aquí se apoya institucionalmente el Proceso soberanista en Cataluña. Todo esto –y, mucho más- es, presuntamente, realidad por estos pagos.
Dice Carlos Herrera, en su columna en ABC, que "la perseverancia es una gran característica de estos seres que viven alquilados en una permanente nebulosa". ¡Sin duda alguna! Además cuentan con la colaboración -también aquí- de algunos columnistas que la hacen potable, que la hacen digerible, que le lavan la cara, que la dulcifican desde la equidistancia, que, incluso, la presentan, a veces, como víctima. También aquí cuentan con el apoyo inestimable de un sector del clero.
No me extraña para nada la conclusión del vocero de la COPE: "Y seguirán girando como la burra de la noria mientras la vida sigue en la calle a la espera de que una mañana luminosa alguien se dé, por fin, con una rama en la cabeza. No hi ha res a fer".
Personalmente, creo, efectivamente, que venimos obligados a convivir de la mejor manera posible. Hoy por hoy no se le ve salida. ¿Por qué nos empeñamos aquí en Mallorca en meternos de hoz y coz en un litigio soberanista? Todavía estamos a tiempo de impedirlo. La defensa de ciertos derechos no es anticatalanismo. Perdona, lector amigo, que te vuelva a soltar una máxima de mi paisano Sánchez Dragó, tomada de una cartela de un monasterio en Bali: "Creed únicamente en lo que vosotros mismos habéis experimentado, verificado y aceptado después de someterlo al dictamen de la razón y a la voz de la conciencia”. Los columnistas (muchos, al menos) actuamos, como dice Peterson, por el miedo y la ideología. No siempre servimos a la verdad.
En todo caso, esa convivencia posible con el problema siempre tiene un límite: respeto al pacto constitucional, que, por cierto, más que cambio pide a gritos desarrollo.