El problema es que esta alteración en nuestras conexiones cerebrales no se ha limitado solo a nuestro modo de lectura. La entrada de la red en nuestras vidas también está produciendo un cambio en nuestra cultura. Estamos reemplazando una cultura de reflexión y de mayor profundidad por una más superficial e inmediata, donde todo se simplifica y se magnifica. Un gran ejemplo de esta nueva cultura que ha creado Internet son las redes sociales. Según el filósofo Zygmunt Bauman, el capitalismo global ya no es capaz de controlarnos a todos y para ello se dota del synopticon, donde los humanos se controlan a sí mismos. El mejor ejemplo de synopticon, según el pensador polaco, lo vemos en las redes sociales. Ya que los usuarios de Facebook, Twitter o Instagram que adoptan una conducta que no se ajusta a los cánones sociales establecidos, quedan como unos apestados.
En otras palabras, Internet y las redes sociales han creado un mundo en el que solo cabe el blanco o el negro. Solo se puede ser nacionalista español o nacionalista catalán, amante de los animales o defensor del maltrato animal. Al parecer, ahora tampoco se puede ser feminista y al mismo tiempo un admirador de las películas de Woody Allen. Y es que la red ha acentuado la parte más emocional del ser humano, dejando el raciocinio y el sentido común de cada uno de nosotros cada vez más apartado. Prefiero no imaginar que sucedería si determinadas películas que se hicieron hace 40 años vieran la luz en la actualidad.
Por ejemplo, cuando Luchino Visconti adaptó la novela de Thomas Mann, Muerte en Venecia, era consciente de que iba a mostrarnos la historia de un maduro compositor (personaje basado vagamente en Gustav Mahler) enamorándose de un quinceañero adolescente. Sin embargo, el público y la crítica fueron suficientemente generosos con su obra y no parecieron demasiado incómodos con la historia que presentaba el filme. Lo mismo podemos decir de la maravillosa Érase una vez en América, donde Robert de Niro viola literalmente a Jennifer McGovern ante la desesperación y el hastío de esta última. Del mismo modo podríamos citar Ese oscuro objeto del deseo, en la que Fernando Rey azota varias veces a Ángela Molina mientras ella lloraba y asentía al mismo tiempo, intentando ahuyentar sus temores. Y es que si se empiezan a citar escenas políticamente incorrectas del cine de Luis Buñuel, este artículo de opinión jamás terminaría.
Por lo tanto, resulta bastante paradójico que en un contexto de más libertades individuales como el actual respecto a 40 años atrás, cada uno de nosotros se ofenda con mucha más facilidad que antaño ante determinados comentarios o imágenes que surgen en nuestro día a día. Pienso que el gran culpable de este puritanismo que contagia nuestros ideales más intocables ha sido el nacimiento y posterior evolución de la red. Con el surgimiento de Internet, lo políticamente correcto se ha ido implantando cada vez más en nuestras vidas. Y en estos últimos años ya está alcanzando niveles alarmantes. Nos debemos de dar cuenta que la mejor manera de conocer al máximo nuestra sociedad es representar todo aquello que existe, y eso incluye lo políticamente incorrecto. Si solo se acaba representando aquello que no va a herir a nadie, no tendremos plena consciencia de la sociedad que nos rodea. Porque para eso sirve precisamente lo políticamente incorrecto. Para mostrarnos las debilidades de nuestra sociedad. De esta manera, cada uno de nosotros es realmente consciente de lo que supone un pensamiento machista o racista, y de las carencias que conlleva defender semejantes ideales.