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Políticos y capacidad de comunicar

“Rajoy limita la autocrítica del Gobierno a la comunicación”. Esta frase era portada en “El Mundo” del 9 de enero de 2018. Y añadía: “Rajoy afirma que hay que contar mejor lo que hace”. A los efectos de este artículo Rajoy es “M. Rajoy”, el perceptor de dinero B anotado en los papeles de Bárcenas.

Al día siguiente eran las 20:15 y Echenique, de Podemos, hablaba en La SER tras la primera Ejecutiva después de las elecciones catalanas. Entendí lo siguiente: “Es muy difícil transmitir nuestros mensajes a través de unos medios de comunicación que a veces dicen mentiras”. Similar información en “Público”: “Podemos no ha sabido comunicar su postura sobre Catalunya”. Sigo leyendo y confirmo que Echenique acusó también a los medios de “mentir” contra ellos, y de la existencia de una “barrera comunicativa”. El periodista que redactó la noticia resumía que “se ha referido fundamentalmente a cuestiones externas para explicar el desenlace de las catalanas”. “Externas” a Podemos, se entiende.

Muchas veces se ha dicho que la lógica de la acción política, en círculos cada vez más cerrados y pequeños, y su propia dinámica, tan absorbente, conducen a un distanciamiento entre líderes y ciudadanía que llega a ser insalvable, especialmente cuando aquellos se profesionalizan. Lo dice Luis Arroyo en “Las cinco lecciones básicas que los gobiernos del PP se empeñan en suspender en comunicación de crisis”:

“El problema fundamental del Gobierno del PP, cuando se trata de responder ante la repentina atención de los medios de comunicación ante eventos imprevistos, tiene un nombre de origen griego: se denomina hubris (hibris o hybris). Es el orgullo y la arrogancia desmedidos de quien, creyéndose por encima de los demás, acaba descontrolando sus propios impulsos”.

Se trate de nevadas desastrosamente gestionadas o de derrotas electorales, el alejamiento progresivo del contacto real de los políticos con las personas “del montón” incrementa en aquellos un complejo de superioridad que se añade al que ya les sobra cuando llegan a la cosa pública. Nadie puede pensar que Pablo Echenique y M. Rajoy se parezcan demasiado, pero poco a poco los va aproximando el hecho de compartir la misma deformación profesional, cual es la desigualdad esencial que define su rol: mientras los votantes solo pueden escribir cada cuatro años los nombres de los políticos que vivirán de los impuestos, esos mismos políticos especulan y deciden varias veces cada día sobre la vida y dineros del electorado y del resto de personas sobre las que gobiernan.

Es el momento de abrir el panfleto de pedir lo imposible en un país como España. Una cura de humildad exquisitamente democrática consistiría en esa reforma electoral que obligara a la rotación de los líderes cada cierto tiempo, mejor cada cuatro años que cada ocho, por ejemplo. ¡Que pocas veces escuchamos esta propuesta en las bocas de políticos, tanto emergentes como decadentes!

Lo que late en Rajoy y en todos los políticos que reducen la “autocrítica” a su incapacidad para comunicar es un desprecio esencial hacia la ciudadanía, pues consideran que la gente no es capaz de formarse una idea propia y real sobre qué es y pretende cada partido político. Creen que solo por el hecho de “comunicar mejor” una parte del electorado habría cambiado su voto. Una reflexión que cualquier hijo de vecino, con menos palabrería y más puntería verbal que el abajo firmante resolvería con un “Estos se creen que somos idiotas”.

Con lo imposible que históricamente ha resultado averiguar las causas de un resultado electoral, sorprende la facilidad con que los líderes despachan las derrotas. Por eso, me pararé en dos elecciones generales en momentos de crisis y con resultados contrarios que, en mi opinión, son suficientes para desmontar la “dura” autocrítica que se aplican los perdedores.

A tenor de todas las encuestas, en condiciones normales lo peor que le hubiera podido ocurrir al candidato M. Rajoy el 14 de marzo de 2004 era perder la mayoría absoluta que Aznar había conseguido cuatro años antes, más que nada por las dudas que pudiera suponer en una parte del electorado el cambio de líder, aunque los de Zapatero no lo tenían mucho mejor, también un líder a estrenar. El panorama político se dividía en PSOE o PP, aquellos tiempos del bipartidismo. Hoy, a nadie le cabe la menor duda de que fue la lucidez de millones de personas ante la mentira urdida por el Gobierno del PP para culpabilizar a ETA del atentado del 11M lo único que permitió que el PSOE pudiera formar Gobierno. Y si ha existido algún momento en la historia en la que una información, fuera cierta o falsa, se ha comunicado de manera más unánime por sus responsables, y de forma más apabullante en las portadas, fue la que sostuvo el gobierno, sin pruebas, contra otros españoles, aunque además fueran terroristas. Una mentira consciente, calculada y financiada con el dinero de todos que debería haber sido inmediatamente investigada y por la que personas como José María Aznar, Ángel Acebes o M. Rajoy deberían haber sido inhabilitados a perpetuidad para cualquier responsabilidad política.

Las elecciones generales de 2004 demostraron la autonomía intelectual, individual y colectiva, de un electorado en estado de shock sobrevenido que eligió votar en conciencia, sobrevolando fantasmas fáciles de agitar y tantas veces utilizados en beneficio partidista, siempre del PP, como el de ETA.

Siete años y medio más tarde el mismo electorado de este mismo país estaba sufriendo el peor momento de la peor crisis económica en tiempos de paz desde la vivida por sus bisabuelos en 1929. A pesar de las movilizaciones en torno al 15M, que no consiguieron cristalizar en nada político, el panorama electoral seguía siendo el mismo que en 2004. Dos opciones. Hoy, nadie concedería la mayoría absoluta del 20N de 2011 a la capacidad de comunicación de aquel PP del mismo M. Rajoy que, a diferencia del perdedor de 2004, ya estaba señalado por la Gurtel. Así que ganó esta vez con mayoría absoluta de diputados gracias a la Ley Electoral pues, justo es recordarlo, no llegó ni al 45% en las urnas. Un PP que solo mejoró 500.000 votos respecto a 2008, pero que fueron suficientes para masacrar a un PSOE que perdió más de cuatro millones.

Para aplicar a la derrota del PP en Catalunya lo aprendido de su victoria en las generales de 2011 nos permitiremos proponer a “El Mundo” que la portada elegida para comenzar este artículo se titule de esta otra manera: “Rajoy cree que esta vez no han divulgado suficientes bulos y patrañas contra todos los demás partidos como para que perdieran tantos votos como el PSOE perdió en 2011”. Pero, que yo sepa, eso no es “contar mejor lo que se hace”. En todo caso, es mentir sin pausa ni piedad sobre lo que hacen los demás.

Para ir terminando volveremos de nuevo a “El Mundo”, esta vez la contraportada del 10 de enero. Raul del Pozo, de quien siempre disfrutamos su manera de escribir, escriba lo que escriba, titula esta vez “España, república federal”. Le agradezco la letra grande, que además es lo contrario de lo que defiende con la pequeña. Alguien como él, quizás también afectado por ese complejo de superioridad que afecta a muchos intelectuales y que quizás él comparte con políticos como Rajoy. Despreciando, “una manada” los llama, a los políticos que comienzan a hablar de república en España, y con la ingenuidad de no tener que romperla primero, lo que destila don Raul es la convicción de que los españoles no estamos capacitados para prescindir de un anacronismo de vergüenza como lo es soportar una monarquía en el Mediterráneo europeo, establecida por el mayor asesino de nuestra historia y “colocada” al pueblo español dentro de un paquete de cambios políticos inevitables del que, precisamente, se excluyó el correspondiente a la forma de estado.

Comuniquen mejor o peor los políticos, los contribuyentes versus votantes tienden a equivocarse en las urnas cuando la desesperación de una crisis como la de 2008 destruye todos los horizontes y en la sociedad se instalan los principios de comportamiento que rigen la acción de los delincuentes que se disfrazan de políticos: el “sálvese quien pueda” y, después, que “salga el sol por Antequera”.

Actualizado: 14 de marzo de 2022 , , , , , , , , , ,

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