Durante millones de años ha vivido en nuestro mar, ha formado parte consustancial de nuestro mar. De hecho, el mar balear sin la Posidonia no sería ni como lo conocemos y ni como lo disfrutamos ahora.
Ha extendido sus raíces a través de miles de hectáreas a lo largo y ancho de grandes bancos de arena. Esta permanencia ha servido para que animales marinos de todo tipo y condición hayan establecido su hábitat junto, en y sobre usted. Asimismo, su capacidad regenerativa hace que sea definida como “los pulmones del Mediterráneo”. Allí dónde hay Posidonia hay vida.
Sobre usted han navegado neandertales, cromañones, egipcios, fenicios, romanos, cartaginenses, bizantinos, vikingos, godos, cristianos, pisanos, genoveses, ingleses, otomanos y todo tipo de pueblos exploradores. Y también pescadores de Mallorca, Menorca, Eivissa y Formentera. Todo eso durante milenios. Y de ahí que su sempiterna permanencia bajo nuestras aguas marinas haya posibilitado que sean claras, límpidas, brillantes, turquesas y, ahora, un atractivo turístico de primer orden.
El egoísmo humano, sin embargo, no tiene límites. Que hayamos disfrutado de la presencia de la Posidonia oceánica bajo nuestro mar, desde mucho antes de que los primeros baleares poblaran esta tierra, no ha servido para que seamos conscientes de que su presencia forma parte fundamental de nuestro actual sistema económico de supervivencia, basado en el monocultivo del turismo.
Baleares ha conseguido atraer durante la segunda mitad del siglo pasado y lo que llevamos de éste a millones de visitantes por ofrecerles un paisaje único: playas, calas, montañas, pueblos costeros, del interior… y un mar hermoso, claro, brillante, de un color intenso y atractivo. Todo ello gracias a la Posidonia oceánica, que ha ejercido de elemento regenerador de las aguas marinas.
El mismo turismo que ha elegido Baleares, entre otros elementos confluyentes, gracias a la Posidonia se está convirtiendo ahora en su asesino. La contaminación de las aguas por los detritus de millones de personas expulsados a través de decenas de emisarios submarinos de depuradoras ineficientes y también por la suciedad provocada por miles de motores náuticos movidos por combustibles fósiles están envenenando la Posidonia. También las redes de pesca y las anclas de los yates la están arrancando de cuajo de nuestros fondos.
Nuestra egoísta y eterna ceguera nos está llevando a permitir que el pan de hoy acabe con nuestra supervivencia de mañana. Embarcaciones de recreo que ofrecen algunas horas de solaz a turistas de todo tipo y condición, aunque con preeminencia a los de alto poder adquisitivo, se están convirtiendo en auténticos asesinos. Sin miramientos, con menosprecio a la naturaleza que les ofrece lo mejor de sí misma, desde estas embarcaciones se lanzan y levan las anclas, que arañan y aran el fondo marino, arrancando y arrasando la Posidonia.
Millones de años de vida natural convertidos en nada, en muerte, en unos pocos segundos por echar el ancla sobre la pradera de Posidonia. Así de sencillo, así de simple, así de terrible.
Es hora de qué nuestras autoridades tomen nota y sean valientes. Es hora de prohibir taxativamente que cualquier acción humana termine con la Posidonia oceánica. Es hora de tomar medidas coercitivas y punitivas contra los transgresores. Es hora ya de prohibir anclar sobre las praderas de Posidonia.
¿Dejaríamos que alguien atentara contra los bancales centenarios de la Serra de Tramuntana? ¿Pintarrajeara los muros de marés de la Seu de Mallorca? ¿Urbanizara los llocs de Menorca? ¿Convirtiera Dalt Vila de Eivissa en un aparcamiento? ¿Derribara el faro del Cap de Berberia? Seguro que no. Entonces, ¿por qué permitimos que asesinen a la Posidonia oceánica? ¿Por qué?