Este verano, el fenómeno de las series me dejó bastante tocado. En mi búsqueda de “ficción televisiva de calidad”, me topé con A Dos Metros Bajo Tierra. Conocer a los Fisher y su “particular” negocio cambia por completo tu manera de ver la vida. Y no exagero, en absoluto. Jamás hablando sobre la muerte se dijo tanto sobre la vida. Nunca había visto una serie tan distinta y a la vez tan cercana a las demás, mezclando drama y comedia de una manera brillante. Ver Six Feet Under (su nombre americano) debería ser una asignatura obligatoria en los institutos, porque así la desmotivación o el egoísmo dejaría de ser una excusa tan recurrente entre los adolescentes.
A pesar de mi juventud, sé que la vida no es precisamente un camino de rosas. ¿Así que si ya lo tenemos difícil de por si en la vida, porque tenemos que ponernos más trabas nosotros mismos?. Hace un mes, entrevisté a una trabajadora social de la Cruz Roja, y su última frase fue: Vive y deja vivir. No creo que sea tan difícil cumplir una premisa como esta, a pesar de que vivimos en un país que es mucho más consecuente con sus odios que con sus amores. Sino miren lo que se ha montado en Cataluña en estos últimos meses (o mejor dicho, años). Por eso muchas veces necesito rememorar el mensaje de A Dos Metros Bajo Tierra cuando la vida REAL me supera. Si realmente desean saber cuál es ese mensaje, atrévanse a dar el paso y vean la serie. Y por si todavía no lo tienen claro, el creador de la familia Fisher es Alan Ball, guionista de la multipremiada American Beauty (ai, Kevin).