Tras los cristales del amplio ventanal de su despacho presidencial, el mundo desarrolla el devenir cotidiano ajeno a su presidencial persona. Usted permanece allí, enclaustrada, voluntariamente enjaulada, autoexcluida de la realidad social y únicamente informada –cómodamente informada– por aquellos que le cuentan tan solo lo que usted quiere oír. En eso, poca diferencia hay entre su presidencia y las que le han precedido.
Las listas de espera para recibir tratamientos urgentes en la sanidad pública siguen siendo eternas y los enfermos graves padecen en la soledad de la sempiterna burocracia la postergación en el tiempo de sus pruebas analíticas y de las imperiosas visitas al especialista. Pero la consellera de Salut, Patricia Gómez, y su dilecto esposo y director general, el doctor Juli Fuster, le explican, señora presidenta, que todo progresa adecuadamente. Y usted se lo cree.
En el ámbito de la enseñanza ha comprado la tranquilidad de los docentes. Gracias a la mejora presupuestaria provocada por el fin de la crisis económica en el ámbito del turismo, a base de pagar más y de más vacaciones, los maestros están tranquilamente callados. Pero los grandes desafíos del sistema educativo permanecen: la bajísima calidad de la enseñanza que reciben nuestros hijos e hijas, el galopante abandono escolar, la mezquina calidad del aprendizaje de los idiomas extranjeros y, para no ser eternos, la paupérrima altura ética y moral de los valores cívicos con los que conviven miles de alumnos en ámbitos escolares viciados por una sociedad egoísta y maleducada. Pero esta realidad tampoco se manifiesta bajo su ventanal.
¿Y de los servicios sociales, qué quiere que le digamos, presidenta? Permítanos anclar nuestra reflexión en solo tres aspectos. Primero, el acceso de todos los ciudadanos a una vivienda digna es una broma ante la realidad de un Govern que no ha sido capaz de poner en marcha ninguna política eficiente de viviendas sociales. Segundo, la pobreza farmacológica en la que se debaten miles de familias baleares que se ven en la obligación de optar entre adquirir los medicamentos que se les prescribe para mantenerse vivos o comprar comida para sus familias. Jubilados, parados de larga duración, familias desestructuradas y trabajadores con sueldos escuálidos no se ven aún acogidos en el sistema de salud pública universal y general. Tercer aspecto, el paradigma de sus incumplimientos plasmada en la cola de ciudadanos a la puerta de la iglesia de los Capuchinos de Palma en busca de comida. Y esta imagen no es una anécdota, es la fotografía incuestionable de un fracaso. Sinceramente, mientras haya en esa cola una sola persona, usted no podrá decir que ha cumplido con sus promesas electorales.
Salud, educación y bienestar social. Las tres columnas sobre las que un gobierno, su Govern, tiene que construir su agenda política. Los tres ejes fundamentales que se exige que cumpla todo equipo ejecutivo. También al suyo, presidenta.
Pero ni los enfermos crónicos, ni los niños en barracones, ni los adolescentes que han huido de la escuela a la hostelería, ni lo discapacitados, ni los hambrientos, ni los pobres, ni los desclasados se manifiestan bajo su ventanal del Consolat de Mar.
Sus gritos no llegan hasta allí. Usted no los oye. Usted sigue cómodamente apoltronada en su despacho creyendo que todo va mejor en las Illes Balears. Y eso no es cierto, presidenta. Los suyos le engañan y usted se deja engañar. Es más cómodo para usted, pero es peor para nosotros.
