Aunque ni Podemos se fía de su apuesta, desde el instante que acepta que, en caso de haber de nuevo problemas, como los planteados por la ex presidenta Xelo Huertas, el partido renunciará al cargo que les tocó en el reparto de cuotas de poder que hizo posible que Francina Armengol presida el Govern.
La designación de quien ha de dirigir el Parlament ha requerido de una compleja negociación entre los socios de Govern, PSOE, Més y Podemos, por el rechazo de los integrantes del ejecutivo de Armengol a la propuesta de los morados. El atasco se ha resuelto en el momento que Podemos ha apretado el botón nuclear: o Balti es presidente o no hay pacto. Como es habitual, socialistas y Més han tragado. Una vez más. Tratándose de un santo, los precedentes para llegar al altar parlamentario no son precisamente ejemplares.
Llama la atención el esfuerzo de todos los concernidos por negar el contenido del acuerdo que ha hecho posible la aceptación del presidenciable, un acuerdo que pasa por el control estricto de las actuaciones del nuevo presidente, aunque tal extremo colisione con la misma esencia de la institución de la presidencia del Parlament, su independencia. Es otro ejemplo del cinismo marca de la casa de la izquierda, cuando no de la política en general: primero se anuncia la aquiescencia general a la candidatura de Picornell porque se someterá al diktat de los socios de Govern, para inmediatamente refutar lo acordado.
Total, el nuevo presidente protagonizará tardes de gloria periodística, sobre todo a partir de las instrucciones impartidas por el mega líder de Podemos, Pablo Iglesias, que ha dicho con meridiana claridad que en las instituciones no quiere diputados, sino activistas institucionales. La peculiar estética del nuevo presidente será lo de menos.