Un servidor mira a Podemos y se pregunta cuándo algo tan viejo, casposo y obsoleto —también utópico, criminal y chungo en toda la extensión del palabro— como el marxismo se convirtió en lo nuevo. Lo acontecido en Baleares —y lo que está por llegar, pues me temo que esto no ha hecho sino comenzar— es de manual estalinista. Pongamos más música, banda sonora, a lo que les cuento. Recuerden a los Bee Gees época Fiebre del sábado Noche, con sus pintas de tíos malotes y su voz en falsete infrahumano. ¿Se acuerdan de aquellos pantalones imposibles que atenazaban el paquete, que dolía sólo de verlo? Con tal apretón de huevos es normal que les salieran grititos de gato aplastado bajo las ruedas de un camión o de cabra despeñada de campanario cuando cantaban aquello de «ah ah ah ah stayin’ alive». Alteren la letra y canten con marcial virilidad de coro de ejército rojo «ah ah ah ah Stalin alive». Sí, Stalin vive en Podemos, perdura su legado, tanto que ahora los morados pasarán a llamarse Purguemos.
A Stalin le ponía más una purga que a un cani un disco de remezclas de Camela. Se cargó entre 1,8 y 3 millones de civiles en la deskulakización, la purga de campesinos que por tener una vaca y un puñado de gallinas eran considerados terratenientes. Como estaba emputado con los ucranianos les endosó la hambruna genocida que finiquitó entre 4 y 10 millones de personas —la magnitud de lo que se conoce como Holodomor (traducido del ucraniano: matar de hambre) hace imposible el cálculo exacto—. La querencia por las purgas llevó a que tres miembros del servicio doméstico del tirano confesaran haber robado una de sus pipas cuando resultó que sólo se había traspapelado. O que mandaran veinte años a Siberia a un jefazo del partido por ser el primero en dejar de aplaudir tras un discurso de Stalin. O que a un oficial del ejército lo deportaran porque en una carta a su primo se quejaba de que tenía que robar las botas de los soldados alemanes muertos pues nada tenía con qué calzarse. O que —como cuenta Martin Amis en Koba, el Terrible— renegara incluso de su hijo. Esta última es una ilustrativa historia digna de mención. Más o menos, y disculpen lo sencillo de la exposición, sucedió de la siguiente manera. Stalin tenía un hijo, Yakov, por el que sentía tirria. Lo consideraba blandengue. Y el chaval, por aquello de quedar bien con el viejo, se metió en la artillería y llegó a ser teniente con tan mala fortuna que fue apresado por los alemanes. Los nazis se enteraron de quién era y fliparon pepinillos en vinagre. Intentaron utilizarlo como pelele de propaganda anticomunista, pero Yakov era más duro de pelar de lo que suponía su padre. En esto, Stalin se entera y, siguiendo la norma soviética de que el que se dejaba apresar era un cobarde, se desentendió del porvenir de su hijo. Los nazis, que eran muy malos, pero que no querían movidas familiares, se marcaron un Gila y en plan «¿Hola, es el enemigo?» ofrecieron el trueque de Yakov por prisioneros alemanes, algunos aseguran que por el general Von Paulus. Para los alemanes el cautiverio de Yakov era un marronazo más que otra cosa. Stalin pasó de ellos como de comer mierda y el pobre Yakov acabó suicidándose agarrado a la valla electrificada del stalag como si con el aquel abrazo final se aferrara al padre que nunca tuvo. Así era Stalin, un superlativo cabrón tan grande que ni durmiendo era bueno y que murió como un perro porque sus criados no se atrevían a entrar en su habitación para despertarlo cuando en realidad agonizaba en la cama. No se le habían pegado las sábanas, le había dado un telele.
No quiero que piensen que se me ha ido la pinza y que estoy igualando a Stalin con Pablo Iglesias y su apóstol Jarabo, ni a Purguemos con el PCUS. No, no es eso. Me he dejado llevar por la grotesca analogía para mostrar que el principio de la purga política goza de buena salud. Lo cierto —ahí están los vergonzantes hechos— es que Podemos Baleares se ha convertido en una casa de putas sin luz en la que unos delatan a otros, se espían, se graban conversaciones, se amenazan entre ellos y se purga a desafectos, disidentes o a cualquier despistado que pasaba por allí como en la vieja Unión Soviética. Mientras, Francina Armengol sigue escondida debajo de una baldosa croando como una almeja afónica de vez en cuando con su amigo Puigdemont, José Hila es prisionero de los podemitas en el ayuntamiento de Palma y esto no va ni p’alante ni p’atrás. Lo más emocionante de la semana postnavidad es que Toni Noguera se ha afeitado la barba y que Miquel Ensenyat sigue emperrado en rebautizar el aeropuerto de Son Sant Joan… Los de MÉS también están sembrados, joder.
Las personas que con su ilusión y voto contribuyeron a semejante despropósito no merecen un escarnio así. Acabo de escribir escuchando V’Put, aguerrido himno soviético de tiempos, por fortuna, pretéritos, por mucho que a algunos nostálgicos se la ponga dura quemar iglesias y ahorcar a ricos en las plazas públicas.
Y esto iba a ser la nueva política.