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Cosas que no cuadran de gente gilipollas

Lo admito, el uso y abuso de la palabra gilipollas en esta columna semanal de opinión es una cuestión que se me va de las manos. No lo tomen como excusa, intento ofrecerles una explicación, pero es una palabra de fonética rotunda, de explosión palatar, de inmenso significado… Gilipollas solo flaquea ante hijo de puta, que también estalla en la boca cuando lo pronuncias como uno de esos big bangs cósmicos de los anuncios de chicles de frutas tropicales, que parece que te lo metes en la boca y te vas a correr y todo, que se te van a bajar las bragas de la impresión mentolada o te van a petar los calzoncillos con una burbuja de maracuyá, pero que todos sabemos que a los diez minutos de darle a la mandíbula no saben a ná. Hoy les cuento de cosas que no me cuadran y que no pueden más que emerger de mentes poco profundas. Por no alargarme, lo reduzco a dos casos.

El primer caso de la semana me lleva a un perfil de Facebook de una persona que tengo en alta estima y a la que, hasta ahora, suponía inteligente. Se trata de una mujer que quiere obtener la nacionalidad española y se pregunta por qué debe cumplir con unos requisitos elementales como jurar la Constitución o lealtad al Rey. Como quien tiende el tanga en la ventana, airea sus dudas al respecto en las redes sociales: «He tenido siempre problemas con la aceptación de la autoridad.... Sin mencionar que debo jurar lealtad al rey... Algún español debe hacerlo? Que significará lealtad al rey?.... Horror....». Me ahorro las respuestas de sus amigos, de esas en la línea de «ya ves la mierda de país en el que vivimos». La personita se viene arriba y le molesta la bandera española y bla bla bla… Ella asegura que este es un país racista y que con pasaporte ya no volverá a pisar la oficina de extranjería. Y lo bueno es que otro le vacila porque asegura que como sus abuelos eran españoles se ha ahorrado papeleo. Y yo, lejos de meterme en la conversación me muerdo la lengua y aparto los dedos del teclado del ordenador porque lo único que se me ocurre es: «¿Y entonces para qué cojones quieres el pasaporte español, gilipollas? ¿Por qué no te quedaste en Argentina? Yo no me iría a vivir a un país de mierda, ¿pa’ que vienes, muchacha?». Claro, pero me lo guardo, me callo, porque luego me llaman de todo. Por enfadarme cuando le pegan una patada a mi casa, resulta que el racista soy yo. Por favor, un poco de seriedad, yo no he ido a cagarme a la puerta de la casa de nadie.

El segundo caso tampoco tiene desperdicio. Los del partido animalista PACMA han iniciado otra de sus campañas, en esta ocasión contra las matanzas porcinas domésticas. Miren, a los animalistas no les falta razón cuando hablan de lo relativo al tratamiento ético de los animales en la industria de la alimentación, e incluso acepto y entiendo que se opongan a las corridas de toros. Creo que sus principios son nobles aunque no los comparta por completo. Lo que no aguanto es que se conviertan en eso que el marxismo define como tontos útiles, siempre al servicio de los nacionalismos excluyentes y de la extrema izquierda. Se oponen a los toros porque huelen a España, y ahora critican las matanzas porque aseguran que son cosa de españoles neardentales. La cita textual que hace unos días han utilizado en dicha campaña es la siguiente: «Las matanzas de cerdos son un anacrónico ejemplo más de la España rancia en la que un animal es el desgraciado protagonista». Lo dice gente que celebra la enfermedad de un niño y que insultaron a las mil familias que se quedaron sin trabajo cuando en noviembre de 2014 se incendió la fábrica de Campofrío en Burgos. Así lo hizo una descerebrada de PACMA que amaneció un día en las listas electorales de MÉS al Ayuntamiento de Palma. Por cierto, ¿alguien se explica qué demonios hacían los de PACMA en la cena de Navidad del PP de Calviá? No me refiero a la buena, a la que montó Carlos Delgado, sino a la otra, a la de los «regionalistas». Que alguien le explique a Biel Company que no se puede ser regionalista balear sin comer sobrasada a menos que el colesterol te lo impida… Y así y todo, tengo dudas. ¿Qué es un mallorquín sin porsella por Navidad? Ahora resulta que comer cerdo es cosa de rancio españolismo. Me callo por la educación, aunque por lo bajini mascullo: «Iros a la mierda, ya. Tanto butifarrón vegano y tanta hamburguesa de tofu…. A ver, ¿hago yo coliflores de chorizo o espinacas de jamón serrano, a que no? Dejad que cada uno coma lo que quiera».

A España, a la Iglesia, a la parte floja del PP que se achanta… A todo eso se le puede pegar, que sale gratis y además hace gracia. Me indigna que cualquier cosa que no nos gusta acabe de porra para atizarle a España. Está de moda, y yo —que soy un tipo que viene del rock— me cisco en las modas. Eso sí, como soy una persona educada —malhablada, pero educada— y, al igual que en aquella vieja canción de los Ramones no me gusta pelear en Navidad, me callo.

Lo que les he contado es cosa que queda entre ustedes y yo. Negaré haberlo dicho. Aunque lo sean, no está bien llamar gilipollas a los gilipollas en estas fechas.

Por cierto, Hitler también cambió de pasaporte porque era austriaco y se hizo alemán, era casi vegetariano e impulsó leyes contra el maltrato animal. ¿A que jode, eh?

 

Actualizado: 14 de marzo de 2022 none

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