La mayoría reímos entonces mucho hasta que, tan contentos como estaban los franquistas por haber salvado vidas y haciendas a pesar de tanto delito, se vinieron arriba en un instante de nostalgia violenta que, aparentemente fracasado en febrero del 81, consiguió alargar su triunfo real hasta hoy, logrando para España la medalla de plata en número de asesinados despreciados por una sociedad tan libre como esta, por la que lucharon hasta perder la vida. Solo nos gana Camboya en número de fosas, pero nosotros ganamos en tiempo de vileza.
Sirva nuestra propia historia como aviso elocuente para navegantes, esa profesión de riesgo que todos desempeñamos a la orden de los timoneles que seleccionamos. La avalancha de chistes fáciles que nos entretienen de nuevo, imprescindibles para respirar y alimentados por los más importantes del PP con esas meteduras de pata que tanto les delatan mientras nos envenenan el aire, es algo que dan por bien empleado mientras les consintamos la sartén por el mango. Deberíamos reparar, mientras reímos, en que cada noticia sobre el cadáver de un antifascista desenterrado viene acompañada de burlas por escrito que no tienen ninguna gracia, y que tampoco reciben el menor reproche legal porque, en este país, hay odios que campan impunes mientras sigan ofendiendo a según quienes de sus propios muertos.