Hace seis meses, Rivera concluía su campaña dispuesto a apoyar el gobierno de la lista más votada, pero al tratarse del Partido Popular no cejó hasta sellar un pacto con el PSOE para convertir en presidente a Pedro Sánchez. Era evidente para todos los observadores que se trataba de una empresa condenada al fracaso, menos para el ambicioso Rivera que ha mantenido el acuerdo durante los meses que ha durado el espectáculo que finalmente ha llevado a las elecciones del 26 J, con el resultado de todos conocido. Durante la reciente campaña electoral se ha guardado muy y mucho Albert de oponerse a los planteamientos socialistas, llegando al extremo de actuar de brazo armado de Sánchez contra el PP, como se pudo comprobar en el único debate televisado entre los cuatro principales candidatos a la presidencia del gobierno.A pesar de la querencia por el PSOE de Albert Rivera, incomprensiblemente se sigue ubicando a Ciudadanos en el centro derecha, cercano a los populares, extremo que puede ser válido en Baleares y atendiendo a buena parte del electorado de C’s, pero no en el caso de su presidente. El líder de C’s reitera su veto a Mariano Rajoy como presidente del Gobierno y, a codazos, intenta sacar adelante la propuesta de una mesa de negociación a tres, PP, PSOE y él mismo. Tal actitud, inclusive en contra de los “padres fundadores” del partido, que han instado a Rivera a levantar vetos absurdos, puede responder, en mi opinión a: 1) mantener su cercanía al PSOE y obviar la descalificación permanente a Mariano Rajoy y 2) tocar poder, única opción que puede disimular el fracaso electoral cosechado por Rivera el domingo 26 de junio.
Es precisamente el análisis de la pérdida de 400.000 votos y ocho escaños en el Congreso, en el Senado ni está, lo que debería llevar a Rivera a adoptar un tono algo más prudente en lugar de la arrogancia que continua exhibiendo en cada intervención pública. Exigir la salida de Rajoy para contar con su apoyo para un gobierno del PP roza el esperpento y constituye una tremenda falta de respeto a la voluntad mayoritaria de los ciudadanos expresada en las urnas. En buena lógica, el PP debería replicarle que el único que debería marcharse a casa sería él mismo, si tuviera la altura de miras necesaria para asumir su responsabilidad. No será el caso.
Al final, también es cierto que no hay que tomarse muy en serio a Rivera y su Ciudadanos. Sus compromisos son inconstantes y, a poco que evolucione la situación y se digieran correctamente los resultados electorales, no hay que descartar que le veamos de ministro, o vicepresidente vaya usted a saber, del gobierno de Mariano Rajoy. No por ello dejará de ser un socio poco fiable.